La última reunión de la comisión Estado-Generalitat de Cataluña sigue a la Conferencia de Presidentes Autonómicos del pasado viernes, en la que precisamente el representante de la Generalitat, Pere Aragonés, estuvo clamorosamente ausente. Claro que no puede decirse que la relativa irrelevancia de la ‘cumbre’ multilateral se deba a esta por lo demás importante ausencia; la verdad que parece imponerse cada día más claramente es que se hace preciso un rediseño a fondo del sistema que sustenta el Estado autonómico. Y por paradójico que pueda parecer, los encuentros bilaterales con el Gobierno vasco y el catalán pueden, si se le echa imaginación, valor y solidaridad a la cosa, alumbrar un camino nuevo para este rediseño.
Uno de los problemas para llegar a una solución más definitiva en un Estado autonómico que no me atrevo yo a asegurar que no funciona, sino que debería funcionar mucho mejor, es esa percepción, típicamente tan simplista, que enfrenta al ‘Madrid nos roba’ con el ‘Cataluña pretende quedarse con todo’. No han faltado voces de presidentes autonómicos en el encuentro del viernes en Salamanca que pusieran el acento en las ‘diferencias de trato’ que el Gobierno central evidencia con Cataluña (y con Euskadi, aunque esto se diga menos) con respecto al resto de las autonomías. Y esa queja lastra, desde luego, cualquier avance conjunto.
Mientras esta dialéctica no se supere, mientras las dos orillas del Ebro muestren tal disparidad de sentimientos y criterios, hasta que no termine el ‘cantonalismo anímico’, no habrá nada que hacer. Construir el Estado requiere solidaridad, diálogo a múltiples bandas y tener sentido de ese Estado. Pero ¿quién tiene en la cabeza ese sentido? Y más importante: ¿quiere la Generalitat construir Estado?