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No me pises, que llevo chanclas

Una vez, a José Emilio García Gómez, a la sazón alcalde, se le ocurrió acudir al incendio de una vivienda en Santa Cruz en chanclas, porque el siniestro se originó a poca distancia de su casa; y un periodista lleno de ingenio lo bautizó como don Pantuflo. Ahora, una cámara indiscreta ha captado a Sánchez de traje y alpargatas del ocho en Lanzarote. El traje y la pantufla están reñidos, sólo se les permite a los conjuntos de rock duro. Sánchez estaba la mar de contento en Lanzarote, ocupando La Mareta, regalo del rey Hussein de Jordania al rey Juan Carlos de España y, por tanto, propiedad de Patrimonio Nacional. Yo, cuando el hotel Salinas era el hotel Salinas y Cándido Figueroa su director, me alojaba en la suite de Hussein, que tenía más baños que Villa Meona, o sea, la casa de la Preysler -y también de Vargas Llosa-. Un día me perdí en la suite, no encontraba la salida y me entró un ataque de pánico. Y otra vez alguien me invitó a ver la casa de La Mareta, no me pregunten quién, quizá fuera Agustín Acosta, paz descanse, en colaboración con algún gerifalte de la isla. Allí murió doña Mercedes, la abuela del actual monarca. Es decir, que es una casa con historia, pegada al mar, probablemente vulnerando los principios más elementales de la Ley de Costas. Bonito ejemplo para quienes transgreden por un metro esa norma y visitan el talego. Sánchez en chanclas, por lo de los juanetes, y Afganistán hecho unos zorros. ¿Pero qué coño puede hacer el nuevo don Pantuflo en Afganistán? Nada de nada. Mandar aviones y traer al que pueda, si el pasajero consigue llegar al aeropuerto de Kabul que parece que es lo difícil. Este mundo se ha puesto loco que lo difícil es llegar a un aeropuerto. Pero no me pises, que llevo chanclas.

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