tribuna

Operación blanqueo

La ocupación de Afganistán por los talibanes ha acabado siendo una operación de blanqueo de antiguas acciones terroristas y de la aplicación cruel del fundamentalismo religioso, especialmente en el ámbito de las mujeres. No parece que el movimiento feminista internacional esté dispuesto a admitir estas cuestiones, pero algunos sectores se disponen a condenarlo con la boca pequeña, no sea que entre en contradicción con otras políticas ideológicamente más arraigadas. Se habla de una amnistía y de la entelequia de aplicar la ley islámica, como si ahí se contuviera una garantía para la defensa de los derechos humanos. Alguien pretende vender el retorno de la intransigencia como una transición hacia una nueva estabilidad, pero son los mismos que no le reconocen representatividad alguna a estas operaciones de restauración democrática, especialmente a las que se han llevado a cabo en España. Aquí se trata de una oportunidad para instaurar un modelo que garantice el equilibrio cuando en realidad es la implantación por la fuerza de una dictadura de carácter religioso que no la libra, por ese motivo, de sufrir todos los defectos que esos regímenes conllevan. A la vista de quienes se alinean en torno al apoyo al nuevo gobierno de Kabul, se delata una simpatía de ciertos movimientos de izquierdas, que lo son solo por el hecho de oponerse a los esquemas de las democracias liberales occidentales, y para conseguirlo se levantan bloques que blanquean comportamientos antiguos, relacionados con la mayor crueldad de la práctica terrorista, estableciendo una causa superior, muy similar a la que mueve a los actuales pactos de gobierno en nuestro país. Sé que muchos se escandalizarán por lo que digo, pero es exactamente así. Lo que ha ocurrido no es otra cosa que el fracaso de un intento de imposición de sistemas incompatibles en territorios cuya influencia cultural hace inviable su implantación. Una vez más se viene al suelo la Alianza de Civilizaciones, las primaveras árabes y el resto de intentos de colonización del planeta por sistemas políticos que para unos son irrenunciables y para los otros también. En medio estamos los tibios, siempre en la posición incómoda de tener que elegir entre unas dictaduras o las contrarias. La cantinela de toda la vida. A pesar de todo, las cosas no ocurren de sopetón y nadie se cree que la decisión de abandonar a los afganos a su suerte es algo que surge de hoy para mañana. Tiene que haberse producido un desplazamiento claro en el tablero internacional para que esto termine siendo así. Una parte del mundo le ha tenido que decir a la otra que viene a sustituirla en ese escenario geoestratégico al que unos se empeñan en negar su vigencia. La vigencia es la del prestigio, que no es poca. Hay un perdedor claro, el que ha sido obligado a renunciar a su papel de árbitro, disfrazado de una acción buenista de cara a los ciudadanos de su país, enarbolando el eslogan trumpista del America First que ha sido relevado con la misma fuerza populista y convincente por el presidente Biden, y que inspira igualmente a los sufragistas del Brexit. En el fondo el abandono de los grandes proyectos territoriales para convertirlos en urgencias destinadas a resolver problemas regionales es una práctica común que desvela los principios de una decadencia. Hay que recordar a Oswald Spengler para comprobar que esto es así. ¿Qué fichas se han movido en el tablero internacional para llegar a esto? Y, sobre todo, ¿qué exigencias han planteado los que han influido en la decisión última para que este aparente blanqueo sirva para dar confianza al nuevo escenario? Todo esto lo veremos analizado más pronto que tarde, aunque no hace falta ser demasiado sagaz para adivinarlo. Mientras tanto seguiremos blanqueando a terroristas según convenga porque las coyunturas están por encima de cualquier otra consideración. En el fondo, volveremos a interpretar música a la turca, igual que en la época de Mozart, y nos dejaremos invadir por los culebrones pacatos preñados de un romanticismo caduco que nos harán penetrar de nuevo en el imperio de la cursilería. Ojalá se produzca la apertura del burka y retornemos a la lujuria de las mil y una noches. De momento estamos ante la inauguración de un emirato oscuro que nada tiene que ver con el esplendoroso y abierto de Abderramán II. Todo ello con el beneplácito de quienes lo apadrinan. Lo que todavía no sé es si estamos entre ellos.

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