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Un sombrero vestido de hombre

El nuevo presidente del Perú, el comunista Pedro Castillo, se parece al medianero de mi abuelo, que murió el pobre envenenado con fosferno. No parece carne de futuro este magomierda, obsesionado con España y que ha tenido, además, la buena ocurrencia de nombrar canciller a un viejo guerrillero de 85 años, que se quedará frito en el primer avión que coja hacia Caracas, porque hay que ver el desgaste que tienen los guerrilleros cuando dejan de matar a los demás. Castillo se alinea con el animal de Maduro y con el millonario de Bolivia, que ahora no me viene el nombre; ah, sí Evo, aquel que dijo que no comieran mucho pollo los ciudadanos por la cosa hormonal. Todos tenemos, en la izquierdona, un tipo que nos recomienda un régimen alimenticio. En Bolivia Evo y aquí en España un tal Garzón, que la ha tomado meona con los solomillos. La derechona tiene más mesura a la hora del condumio, acostumbrada como está a engullir langostas en las marisquerías matritenses. Dicen que el mejor pescado de España se come en Madrid y yo lo creo también, sin desmerecer el barrio de La Piedra, en el Vigo del sociata Caballero. Pero andaba yo nombrando a Castillo, que repito me parece ganado breve, porque ni tiene aspecto de presidente, sino de boyero de romería, ni tampoco me da que conocimientos para sacar adelante al depauperado Perú, que no levanta cabeza. Ahora se forma un eje Caracas-La Habana-La Paz-Lima, que no tiene nada que envidiar a aquel que estudiábamos en el bachillerato: Berlín-Roma-Tokio. España quedó fuera porque el caudillo era más listo que el hambre y sólo sacrificó a los 45.000 de la División Azul, entre ellos a 145 damas de la Sección Femenina, que se ocupaban de la intendencia. O sea, que a mí me da que ese Castillo, ese sombrero vestido de hombre, pinta mal.

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