tribuna

La ampliación del aeropuerto

Leo que el debate climático irrumpe con fuerza en el tema catalán paralizando una inversión de 1.700 millones destinada a la ampliación del aeropuerto del Prat. No es solo el clima lo que aquí interviene, sino las decisiones de protección medioambiental impuestas por el ecologismo antes de que las DANAS se enseñorearan de la atmósfera, o quizá una cosa lleva a la otra y esa ideología, a la chita callando, ha sido capaz de invadir todos los aspectos de la política. Ya no se trata de salvar un humedal que pondrá en peligro el equilibrio medioambiental de Cataluña, y, por ende, del mundo entero, sino que esto aumentará las posibilidades de crecimiento de cosas tan peligrosas como el turismo o el tráfico aéreo. Todo se andará dentro del orden de la transición ecológica. Lo que no comprendo es que este parón sea por cinco años. ¿Es que pasado este tiempo las amenazas de catástrofes sobe el planeta habrán desaparecido? La agenda 20-30 dice todo lo contrario. Ya no volveremos a ser los de antes. Estas cosas vienen para quedarse, como pasó cuando se aprobó la ley antitabaco. La pandemia y las cuarentenas han ayudado bastante para hacer un experimento con la conformidad de la gente que, salvo algunos negacionistas, se ha sometido gustosa a las restricciones que les han impuesto. ¿Recuerdan cuando a los fumadores se les recluía en jaulas en los aeropuertos de forma vergonzante? ¿Cómo los habitáculos eran de cristal para que sirviera de escarnio la exhibición de su horrible pecado? Era un espectáculo horroroso contemplar sus ojos desesperados mientras aspiraban ansiosos el humo envenenado del último cigarrillo. Pues eso. Dentro de unos días se reunirá la mesa de diálogo, pero sin el horizonte de una operación de inversiones extraordinarias que venga a atemperar las demandas de los independentistas. Ahora esas cosas no pueden ser porque lo primordial es salvar al planeta, y, para hacerlo, antes hay que salvar a Cataluña, de forma que es mejor que sea independiente y ecológica que no que siga perteneciendo a una entidad territorial nacional contaminante. Evoco los años 60, cuando el Porcioles era el alcalde, y Barcelona se despertaba cada mañana envuelta en la niebla del smog de los humos de las fábricas. Vivíamos un mundo asfixiante donde el metro olía a voltio, los taxis llevaban gasógeno y los tranvías machacaban las calles con el roce sonoro de sus ruedas de acero sobre los raíles que herían el asfalto de las calles como dos arañazos paralelos. Era un ambiente infernal en el que pretendíamos sacar la cabeza un poquito para intentar ser felices. Ese mundo incubó nuestras depresiones actuales por no haberlo sabido gestionar adecuadamente. Me viene a la memoria una zamba argentina que dice: “Dónde iremos a parar si se apaga Balderrama”. En realidad me empezó a gustar el folk con la gente de más al norte y cantaba el Where have all the flowers gone, de Pet Seeger. Seeger era más de la izquierda española, y mío también, porque estuvo en las Brigadas Internacionales. ¿A dónde se han ido todas las flores después de tanto tiempo? ¿A dónde iremos a parar si Balderrama no nos ilumina? Son cosas de la nostalgia, pero a la nostalgia ya la tenemos aquí. Un mundo se acaba para dar paso a otro. El de las pelucas de Mozart es sustituido por el de los tatuajes de un intérprete del reggaetón. El desfasado soy yo por haberme quedado anclado en Salzburgo. Me gustaría poder preguntarle a Spotify cuánta gente escucha a Wolfgang Amadeus. No quiero sumergirme en el pasado sino aceptar las novedades del presente de la forma más natural posible. Sin embargo, estas cosas ya las he vivido. Nada me va a sorprender. Nihil est novum sub sole. Hace treinta años estuve en AENA para tratar sobre la segunda pista del aeropuerto de Los Rodeos. Al entrar vi cómo salía el presidente del Cabildo que había ido allí a solicitar que no se hiciera, y no era por razones ecológicas precisamente.

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