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La vida misma

La tragedia de La Palma desplazó de los medios y la opinión pública los asuntos que hasta que se inició la erupción nos parecían importantes. Sorprendió ver pasar unos días sin que nadie hablara del precio de la luz, de la inmigración ilegal y los menas, del suicidio de la derecha española que protagoniza Casado, o de las cesiones de Pedro Sánchez a los independentistas catalanes. Incluso, la evolución de la pandemia y las vacunaciones, las graves inundaciones en la Península o la detención de Puigdemont en Italia vieron reducidos el espacio y el tiempo que hubieran ocupado con seguridad en otras circunstancias. Y es que los volcanes -y los terremotos- nos recuerdan que dependemos de la naturaleza porque somos sus hijos; que la naturaleza no es humana sino salvaje; que debemos luchar contra ella y defendernos de ella porque es una madre desnaturalizada que nos agrede; y que no tiene nada que ver con el edulcorado cuento de hadas que nos relatan los ecologistas ingenuos. En definitiva, los volcanes y los terremotos son reales porque son la vida misma y el auténtico y real ecologismo de los animales que deben matar para comer -casi siempre carne-. Como los volcanes y los terremotos.

Lo que está sucediendo en la isla bonita también nos expone con precisión nuestra realidad social a través del comportamiento de sus grupos humanos. Y así, por ejemplo, algunos periodistas, entregados a la manipulación de las emociones y la exposición cruel de los sentimientos más vulnerables, que se distinguen por preguntarle cómo se siente a quien acaba de perderlo todo y por repetir la palabra “compañero” o “compañera” varias veces por minuto. Los inevitables psicólogos y sus obviedades de puro sentido común. Los canallas que saquean -o intentan saquear- las casas y locales que han sido desalojados. Los turistas de volcanes y algunas televisiones, que faltan gravemente al respeto a los damnificados cuando retrasmiten, graban o fotografían su tragedia, a veces estando a su lado. O preguntan por qué los canarios nos empeñamos en construir nuestras casas en Canarias sabiendo que son islas volcánicas. Pero también los cientos de personas que practican voluntariamente la solidaridad -la fraternidad- en la medida de sus posibilidades, en muchas ocasiones en favor de desconocidos y hasta de animales.

¿Y qué decir de los políticos? Días antes del estado de alarma y el confinamiento, nos aseguraban que la pandemia no nos afectaría y que, todo lo más, sufriríamos un par de casos. Ahora, cuando semanas de enjambre sísmico nos anunciaban que era inminente una erupción, en lugar de alertar a la población y preparar una evacuación ordenada, se llegó a proferir el sarcasmo de que, si alguien tenía que ser evacuado, le bastaría con llevarse un par de mudas.

Pedro Sánchez y el presidente canario han prometido una pronta ayuda. Pero, si tenemos en cuenta la tradicional ineficacia y lentitud de la Administración Pública española, y su andar cansino e ineficiente, que sería intolerable en una empresa privada, debemos ser poco creyentes al respecto: después de diez años, en Lorca todavía quedan ayudas pendientes por su terremoto. Y los políticos españoles, y en particular Pedro Sánchez, no se caracterizan precisamente por la veracidad de sus declaraciones ni el cumplimiento de su palabra. Todo real, como la vida misma.

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