el charco hondo

AGR

Ahora que la pandemia va quedando atrás en la partitura de bautizos, oficinas, bodas, cafeterías o salas de espera (vivimos semanas de transición, en las que ya tonteamos con la normalidad) alguien que entró con fuerza en nuestro paisaje diario está iniciando el regreso a su hábitat, cada vez más lejos de focos, micrófonos, platós, digitales y estudios de radio. Su progresiva desaparición de escena genera sentimientos contradictorios. Ojalá un día te llamemos para hablar de rock, le dije hace meses. Ojalá sea pronto -respondió, entre risas-. Queríamos dejar de escucharlo o verlo, pero no por él, sino por el asunto que él por conocimiento verbalizaba. Su talante, tono, contenido o continente, y esa capacidad de sembrar confianza con la herramienta de la amabilidad y la empatía, lo convirtieron en el portavoz idóneo para cruzar un río tan feroz como el de la pandemia. Mientras otros portavoces fueron perdiendo fuelle y credibilidad, él creció sin despegar los pies del suelo, llamando a los peligros y obligaciones por su nombre sin dejar de sonreír, dimensionando las gravedades pero contándolo sin renunciar a alguna que otra broma o al humor inteligente que vacuna contra el derrotismo o la desesperanza. Él sí fue la voz que se escuchó con atención, él supo estar tantas veces como se lo solicitaron para explicar, sin quitar hierro a la pandemia, pero sin dejarse envolver o hipnotizar por cenizos, tristes, inquisidores y apocalípticos. Profeta en su tierra, poco tardó el resto del país en adoptarlo informativamente, convirtiéndolo en pieza imprescindible de las escaletas de allá y acá. Conozco ya más periodistas que epidemiólogos -me comentó, saliendo de un plató-. Al presidente de la Asociación Española de Vacunología los medios se lo han rifado porque contaba sin pasarse ni quedarse corto, sin perder la calma, trasladando el sosiego que requería una tormenta de tal calibre. El jefe de la sección de Epidemiología y Prevención de la Dirección General de Salud Pública empieza a desaparecer de la escena informativa, y él lo celebrará porque su ausencia en los medios -cada vez más significativa- es una señal, el síntoma que anuncia que hemos cruzado el río. Seguirá asomando. Recuperará las horas que los periodistas le teníamos embargadas. Volverá poco a poco a su normalidad. Y, espero, un día podremos llamarlo para hablar de música. Ahora que la pandemia va quedando atrás, Amós García Rojas merece que con el patio de butacas en pie, aplaudiendo sin descanso, reconozcamos el papel imprescindible e inmejorable que ha tenido quien meses atrás se coló en nuestro paisaje diario; informativo, sin duda, y anímico.

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