el charco hondo

Los otros

Ni mejores ni, desde luego, necesariamente peores. Distintos. Diferentes. Otra cosa. Algo huidizos, y secos; bien, poco que objetar. Van a su bola, a los suyo; al color ceniza, al gris. Nunca fueron de echarse a la calle, tampoco de quedar. A veces, pero lo justo -pero a regañadientes, eso sí-. Cuando salen de copas suelen dejar claro que están sin estar, esforzándose con esa mueca de incomodidad, de disconformidad o aburrimiento, de distancia o levitación, y también de frialdad (de soberbia, incluso). Escuchan con pereza. Ríen con desgana. Miran con desdén, queriendo dejar claro que son extraterrestres, alienígenas, marcianos que han tenido a bien salir un rato, materializarse, pasar de puntillas en grupo, compartir mesa, mantel, cañas e incluso alguna risa. Están yéndose sin haber llegado, despidiéndose sin apenas saludar, en tránsito, lejos de su hábitat. Son los domingueros de la noche, de los viernes y sábados, quienes rara vez asoman, aquellos que por falta de hábito suelen moverse con torpeza, escasa pericia y precitadas maneras en almuerzos y cenas de empresa. Claro que este año es diferente. También lo fue el anterior, pero éste tiene la particularidad de que está cogido con pinzas, salimos, o no, quedamos, no sé, reservamos, no sé yo, ponemos fecha, a saber, debemos o no, podemos, o no, celebramos, o qué. Están entre dos aguas. Son tan responsables, maduros o cívicos, y lo que se le quiera añadir, como cualquiera. Y cualquiera se toma el repunte de los contagios con idéntica seriedad. Ahora bien, a ellos les duele algo menos que los almuerzos o cenas de empresa, reuniones de ex alumnos del colegio, instituto o universidad, padres y madres del fútbol -o de lo que sea- estén a la espera de que las autoridades sanitarias pongan el huevo (ayer no, sino en diciembre, cuando lleguen los días claves). A ellos, a los otros, la resurrección de los niveles y los aforos les duelen algo menos porque suelen moverse en aforos de uno, no son de salir ni lo echan en falta, ni de menos, nadie los llama, o pocos, rara vez se han juntado con dos o tres en una tarde o noche de desmelene, lo de suspender las celebraciones les pasa de largo (no tienen mucho que perder, suelen perdérselas). Viernes y sábados son, a sus ojos, la inevitable antesala del lunes. Hay de todo, pero la estadística dice que muchos que se suben con facilidad al carro de las restricciones -esos que piden mano dura- nunca fueron de salir, y claro, les duele poco o nada quedarse sin fiesta, así son ellos, los otros.

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