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Sensación de catástrofe

La excesiva duración de la erupción del Cumbre Vieja, el recrudecimiento de la pandemia del coronavirus y algunas noticias del espacio que sobresaltan no poco están causando una sensación pesimista, como de catástrofe inminente, entre los ciudadanos. Para colmo, el escritor J.J. Benítez, autor de las tropecientas ediciones y reediciones del Caballo de Troya, anuncia que existe un 60% de que en 2027 un meteorito de más de veinte kilómetros de largo y no sé cuántos de ancho caiga sobre el Atlántico y haga desaparecer a 1.200 millones de personas, incluidos españoles y portugueses. No sé si la cosa llegará a Andorra, pero dice el hombre que la ola podría superar los 1.000 metros de altura. Ya está, el Apocalipsis. Y menos mal que nos queda el 40% de la duda, porque la certeza ya he dicho que está en el 60%. ¿Tiene esto algo que ver con que los rusos y la NASA ensayen en estos días misiles para destruir rocas en el espacio? Todo eso, unido a la guerra de los semiconductores que tiene paralizada la industria mundial del automóvil y de la informática, entre otras actividades, me ha provocado tal desazón que me dan ganas de abrigarme con el edredón y no sacar la nariz al fresco. Vaya Navidades que nos esperan y vaya Black Friday más chungo que anda por ahí, por las mismas puertas. Me parece a mí que estamos necesitando una inyección de optimismo en el mundo, porque, además, la crisis de valores se está llevando todo lo bueno que quedaba. Yo, por si acaso, me he encargado un quesillo casero, por si es el último que pruebo, porque la ola le entra al quesillo como el ratón al gruyere. A ver si somos capaces de calmarnos un poco porque me da que si no es la roca serán los nervios los que nos lleven al kilómetro cuatro y nos quedemos ahí para siempre jamás.

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