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Un mensaje genérico de marca blanca

El mensaje navideño del Rey -que algunos desinformados llaman discurso- siguió puntualmente el modelo de los últimos años, un modelo que está siendo característico de este reinado y que se acentúa con el tiempo. Un conjunto de lugares comunes, de tópicos sobre lo buenos que somos y lo buenos que debemos ser en el futuro, y unas menciones de aliño sobre el volcán de La Palma y sobre la pandemia. De hecho, si prescindimos de estas breves menciones, el mensaje sería perfectamente intercambiable con los de años anteriores, incluyendo las referencias a la economía o al empleo juvenil. Un mensaje genérico de marca blanca, leído en menos de trece minutos, y cuyo mayor interés estaba en las fotos, los libros o las flores que servían de telón de fondo. Por cierto, que la parquedad de los tópicos utilizados impidió que el mensaje se refiriera a las importantes inundaciones del Ebro y del Turia y sus damnificados; al problema de la denominada España vaciada; al precio de la luz; a la situación en nuestra red hidrográfica y en muchos de nuestros pantanos; a la dinámica de los problemas catalán y vasco, y a tantos y tantos asuntos vitales sobre los que la Corona -la Jefatura del Estado- debería poder arbitrar y moderar, como dice la Constitución -tan mitificada y tan poco cumplida-. Una Constitución que al monarca le dio tiempo de mitificar un poco más con sus rituales elogios.

No menos rituales han sido las reacciones y los comentarios al mensaje de las diferentes fuerzas políticas y de los medios de comunicación. Unas reacciones y comentarios cuyo mérito hay que apresurarse a reconocer. Porque tener que comentar un mensaje de unos pocos minutos, sin contenido alguno, y tener que inventarse una supuesta importancia de sus obviedades y destacar algunas de sus frases, tiene un mérito indudable. El Partido Popular cumplió con sus elogios entusiastas, seguidos por Ciudadanos y por una cierta frialdad de Vox. Los socialistas cumplieron su papel de partido del Gobierno, y los demás, incluyendo sus socios comunistas y los independentistas, igualmente cumplieron el suyo, atacando al Rey y la Corona, y reivindicando la República. No se esperaba menos, y han estado a la altura de las expectativas que siempre despiertan. Si algún mérito tiene la actual política española es lo previsible que se ha vuelto. Pues bien, las reacciones y los comentarios al mensaje han sido tan rituales que también han sido perfectamente intercambiable con los de años anteriores.

La gran pregunta antes del mensaje era si contendría alguna referencia a su padre y el final de su exilio, y la única respuesta posible, desde el sentido común y la sensatez política, era que no. El año pasado ya estuvo lo más cerca posible, al asegurar que los valores y principios morales y éticos deben estar por encime de cualquier otra consideración, incluso de las personales y familiares. Este año la alusión fue todavía más tenue e indirecta: se limitó a exigir integridad pública y moral a las instituciones. Es lo más que puede acercarse a la grave situación generada por el Rey anterior sin poner en peligro a la propia Corona y la Monarquía. Porque hay gente que ya calcula la distancia que separa La Moncloa de La Zarzuela. Y partidos que piden presupuesto para una mudanza entre las dos.

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