tribuna

Y seguiremos hablando de Juan Carlos I

Escuchando muy atentamente el mensaje navideño de Felipe VI, dí en imaginar cuántos titulares y comentarios iban a dedicarse al gran ausente en las palabras del Rey. Es decir, su padre, Juan Carlos I. No era difícil acertar: la mayor parte de los tradicionales análisis en las horas siguientes destacaban el silencio del monarca sobre la situación en la que se halla su padre, cuya ausencia de España se ha convertido, a mi entender, en una de las grandes cuestiones que subrayan la anomalía política en la que vive el país. Y no por dejar de citarle desaparecen como por ensalmo ni la figura del llamado emérito ni los problemas que su permanencia en Abu Dhabi suscita.

Sí, seguiremos hablando de Juan Carlos I en los próximos meses. Considero muy probable, a tenor de algunas cosas que me cuentan, su regreso este 2022 al país en el que ejerció como jefe del Estado durante casi cuarenta años. Lo que ocurre es que La Zarzuela y La Moncloa, que actúan muy de acuerdo en esto, no parecen acabar de encontrar la fórmula protocolaria idónea para pavimentar este regreso, ahora que la Fiscalía va definitivamente a abandonar pesquisas e investigaciones sobre las irregularidades penalmente presuntas, moralmente no tanto, de quien encarnó la vuelta efectiva de la Monarquía a España en noviembre de 1975.

Pues claro que la muy atípica y compleja situación del emérito sobrevoló el octavo mensaje navideño de un Felipe VI que se ha distanciado mucho de su padre -y de sus hermanas-; pero el espinoso tema no aterrizó en este mensaje. Exégetas no faltan que hayan querido ver una alusión indirecta a la cuestión en las palabras de Felipe VI referentes a la necesaria integridad de quienes ocupan tareas constitucionales. Pero ¿fue eso bastante? La gente que junto a mí seguía lo que el rey estaba diciendo en la noche más familiar -ante el patente desinterés de los más jóvenes, debo y me duele decirlo- no pareció considerarlo así: de inmediato se organizó una polémica acerca de si Don Felipe debía o no haber citado expresamente a su progenitor y antecesor en la Corona.

Ganó, en esta encuesta sui generis, el sí. Todo lo demás quedó como una especie de aderezo compuesto por palabras adecuadas y quizá necesarias. Otros años he opinado lo mismo que este: echo de menos en los mensajes navideños del Rey, por lo demás irreprochables, contenidos tangibles, bajar a la realidad cotidiana más allá de subrayar que vivimos tiempos difíciles. Lo demás, como la iconografía que se monta para la ocasión -quién está en las fotografías del fondo, quiénes son los autores de los cuadros tras el Rey-, me parece excesivamente medido, mecánico, incluyendo, a mi juicio, la excesivamente contenida realización televisiva del mensaje. Aquí no se deja nada a la improvisación. Lo malo es que la realidad, también la del emérito, resulta cada día más imprevisible.

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