tribuna

El cazador cazado

Cuando era niño pasaba los veranos en una finca de mis tíos y me acostumbraba a vivir las dos realidades que eran la ciudad y el campo, tan interdependientes entonces y tan alejadas ahora. Los equilibrios entre las cosas naturales de aquel tiempo no necesitaban de concienciaciones ecológicas porque el planeta, al menos en la zona donde yo vivía, no se encontraba en peligro. Éramos menos, acabábamos de salir de una guerra y comíamos carne una vez a la semana, conejo o pollo para santificar adecuadamente la fiesta del domingo. Curiosamente el día en que no se trabajaba era el que recibíamos el mayor aporte de energía en forma de proteínas. Nuestra esperanza de vida no era muy alta porque los mayores y los niños tenían menos posibilidades de prosperar. La gripe era mala y mataba a la gente. También la tuberculosis todavía hacía de las suyas. Había dejado de ser la asesina romántica de Margarita Gutiérrez, la dama de los cabellos, convirtiéndose en la colaboradora resolutiva del hambre. Ya no era una enfermedad para exhibir en los salones, sino que diezmaba a los barrios más desasistidos y sembraba la desgracia donde la desgracia era una costumbre. De las otras causas de muerte apenas existía estadística, ocultadas por una vergüenza de tipo genético. Así y todo, los frenopáticos estaban llenos de gente porque no se habían inventado las benzodiacepinas para disfrazar a la desesperación de los depresivos. Había un estanque muy grande en la finca, de forma circular, y a sus pies una tanquilla con un agua oscura llena de larvas y renacuajos. Se representaba allí una lucha continua de vida donde unos se devoraban a otros en un frenesí hirviente. Para mí aquella era la demostración biológica de la existencia más que las aguas limpias y quietas contenidas en la enorme estructura de hormigón. Aprendí entonces que hay dos mundos que conviven en su contraste, y que hay como dos fuerzas que intentan devorarse para justificar que están ahí. Más o menos como siempre. Hoy me encuentro desbordado por la revolución digital y comprendo el aislamiento que esa brecha ha provocado en los de mi generación. Lo curioso es que esos mismos inadaptados están inmersos en el mundo de ficción que se ha creado en paralelo, del que algunos aseguran que pretende aprisionar a nuestra voluntad. No se puede decir que aquí no haya igualdad de oportunidades porque, como en la tanquilla los proyectos de ranas daban cuenta de las larvas de los mosquitos, hoy, en la inmensa red que han desplegado a nuestro alrededor, está el líquido amniótico donde conviven las contradicciones que colonizan nuestro comportamiento. Un ejemplo claro es el negacionismo que navega a sus anchas en este medio de ficción comunicadora. Por una parte, se denuncia la manipulación de nuestra libertad anulándola en base a algoritmos calculados por poderes extraordinarios que se ocultan de la oficialidad de las cosas para dominar el mundo a su antojo, y por otra se utiliza el mismo medio para extender ese rumor inquietante. El negacionismo denuncia la existencia de esos vehículos diabólicos para dominarnos, pero lo hace a través de la misma red que, según se dice, está inundada de mentiras. ¿Cómo se puede entender esto? Porque la captación de adeptos se produce por este procedimiento digitalizado y perverso. Son hijos del mismo dios menor sin darse cuenta de que están apresados en la tela de araña que colaboran a tejer. La verdad es que no lo entiendo, a menos que retroceda a los años de mi infancia y me vea absorto contemplando la lucha despiadada entre embriones, que luego van a ser demostración de vida, en una tanquilla minúscula al pie de un estanque gigantesco. El bulo es un monstruo creado por la misma máquina que pretende combatir. Esto lo deberían tener en cuenta aquellos que creen a pies juntillas lo que les cuentan para sentirse estúpidamente depositarios de una verdad en exclusiva. Yo tengo los años suficientes para convertir la imagen de un pequeño estanque en el inmenso universo digital donde me siento obligado a moverme. Quizá sea ese el motivo por el que me he vacunado tres veces.

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