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El ejemplo vasco

Yo soy un enamorado del País Vasco. Y los vascos me parecen personas dignas de confianza, en general. Aparto lo malo de la historia, que claro que lo ha habido, y doloroso, para referirme a lo bueno. Como por ejemplo, el otro día, en la final de la Supercopa de España celebrada en Riad (Arabia Saudita), en la que el Real Madrid ganó por 0-2 al Athletic Club de Bilbao. Al final del partido, cada uno de los jugadores y técnicos de los dos equipos recibieron las medallas conmemorativas del encuentro. Por regla general, los futbolistas de los equipos perdedores suelen quitarse del cuello esas medallas después de recibirlas. El Athletic no lo hizo. Sus jugadores se mantuvieron junto a los del equipo ganador, que les habían hecho el pasillo, con la medalla federativa, que colgaba de una cinta con los colores de la bandera de España. Me emocionó ese gesto. Incluso el más pequeño de los Williams, Nico, que se quitó por unos momentos su distinción, fue instado por su hermano, Iñaki, a ponérsela de nuevo. Cuando el deporte sufre ataques racistas, improperios, agresiones, incluso actitudes antideportivas y fraudulentas de jugadores y entrenadores para provocar el castigo del rival, como hemos tenido ocasión de ver recientemente, gestos como los del Athletic Club engrandecen el fútbol. Ahora el equipo vasco se va a enfrentar de nuevo al Real Madrid, en cuartos de final de la Copa del Rey. Yo soy madridista hasta la médula, como supongo que todo el mundo sabe, pero si el Real Madrid no es capaz de ganar la Copa quiero que el Athletic sea el que la levante en la final. Me cae bien el Athletic, no ya por su política restrictiva de fichajes, limitados al País Vasco y a Navarra, sino porque su afición es un ejemplo de amor a los colores y de nobleza. Y no es un tópico.

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