tribuna

La guerra de Gila

Es el enemigo? Que si puede parar la guerra un momento, que tengo que ir a hacer unas compras con mi señora. ¿Cómo? ¿que a qué hora atacan entonces? Esta, y otras semejantes, eran las disparatadas conversaciones telefónicas que el genial Miguel Gila sostenía con un hipotético enemigo, con el que pactaba las fases de una guerra ficticia. Imposible no evocar la guerra de Gila cuando cada día nos anuncian una noticia, a cual más desconcertante, en la guerra -que, de momento, no ha existido- en Ucrania. Y eso me hace preguntarme si estamos en buenas manos. Las Bolsas de todo el mundo contienen la respiración, llenar el depósito de la gasolina se ha puesto a precios casi de caviar, somos un poco más pobres que hace un mes y un poco más ricos, es de temer, que mañana. Y todo ello se justifica en una contienda que no se ha producido, pero que, nos anuncian los émulos de Gila, podría producirse en cualquier momento. Y que tiene al mundo en suspenso. No me encontrará usted alineado con el Putin represor de la democracia, encarcelador de Navalny, amenazador de la paz en el mundo, fisgón de redes gracias a un ejército de hackers en nómina y entusiasta de desplegar sus tanques por las fronteras hoy de Ucrania, ayer de Georgia, mañana quién sabe. Creo, en suma, que Putin es una desgracia para la paz y la concordia en el mundo. Pero no deja de asustarme también la ligereza con la que el presidente norteamericano, Joe Biden, persona en la que muchos teníamos puestas nuestras esperanzas tras el ‘desastre Trump’, anuncia una guerra inminente, casi fijando el día y la hora del comienzo de las hostilidades y los lanzamientos de misiles. No sé, me parece una muy peculiar forma de negociar, si es que de tal se trata, con los herméticos habitantes del Kremlin y sus mesas ‘distanciadoras’, en las que el autócrata tiene que hablar con micrófono con su propio ministro de Exteriores, el jamás sonriente Lavrov, porque se sientan a diez metros de distancia. Que Macron y Scholz, por ejemplo, se nieguen a someterse a test de PCR en Moscú porque temen que sus ADN sean confiscados y utilizados por los rusos, tampoco me parece una señal esperanzadora de diálogo: las imágenes valen más que mil palabras, y esas imágenes de mesas kilométricas y saludos gélidos no abonan precisamente aproximación alguna. Puede que Rusia haya empezado a retirar algunos tanques, puede que la Duma rusa se contenga algo, ahora, al no anunciar agresiones y anexiones, pero el clima no es precisamente bueno, y hace prever que la cumbre de la OTAN, a celebrar en junio en Madrid, sea, contra lo que se pensaba hace apenas unos meses, una de las más complicadas a las que haya tenido que hacer frente la Alianza Atlántica casi en toda su historia

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