el charco hondo

La séptima ola

Salir por las noches, quedar, beber en la calle, pasarse, armarla en los bares, cogerse una castaña, hacer el ganso, desafiar, cruzar al lado oscuro, molestar a los vecinos, mear en la pared, drogarse, ponerse al volante con los ojos perdidos, robar, follar en los baños o zaguanes, encararse o pasarse de la raya, retar a la policía, montar fiestas en pisos y liarla, en definitiva, no tiene precedentes, no, qué va, ninguna generación ha protagonizado escenas de ese corte, jamás, nunca, esto antes no pasaba, los padres de quienes ahora llenan calles, plazas y parques no pisaron la calle, ni bebieron, ni molestaron, no, qué va, los botellones, las pandillas, el alcohol, las drogas y los altercados no formaron parte del paisaje generacional y urbano de los ochenta o noventa, décadas de quietud, silencio y buenas maneras, qué decir de los setenta, cuando solo se salía para ir al gimnasio, museos, bibliotecas y catequesis. En aquellos años a los estudiantes les daban las tantas haciendo análisis morfológicos y sintácticos en cualquier rincón, amanecían con los ojos encebollados por leer sin luz suficiente. Por eso ahora que la calle vuelve a estar permitida, tantas voces insinúan o entonan la sentencia final: esto antes no pasaba -dicen quienes, al parecer, tienen el retrovisor roto-. Sí pasaba. El alcohol, las drogas, los excesos y las peleas no son la séptima ola de la pandemia, ya estaban ahí, en la realidad, siempre han estado. Así que, en vez de acunarse con el espejismo de que cualquier tiempo pasado fue mejor, lo suyo es dejarse de santificar el pasado y preguntar qué hay realmente de nuevo, qué factores pueden estar detrás de los episodios -contabilizables- de vandalismo. ¿Qué piezas se han incorporado al rompecabezas? Sin duda, las redes, a las que algunos acuden para anunciar tal pelea en tal sitio a tal hora, convocatorias que normalmente tienen una respuesta notable. Ahí hay un elemento a explorar. Otro puede ser, probablemente, el aterrizaje en la calle -cargado de ansiedad, explosivo- de quienes han pasado los últimos veinticuatro meses en libertad condicional, viviendo la adolescencia de oídas. Añadiendo a estos factores el agravamiento de la pobreza que la pandemia ha dejado en herencia, hay elementos, ahí sí, que merecen ser analizados. Y, si no es mucho pedir, tampoco estaría mal que dejen de generalizar o creer que la solución es únicamente policial (¿cuántos policías hay en la calle un viernes por la noche, no ya en el área metropolitana, sino en la Isla?), de criminalizar y quedarse en la superficie de lo que pasa, de estigmatizar o lanzar el mensaje de que la calle es un campo de batalla sin precedente conocido -qué tal si no nos conformamos con describir la punta del iceberg-. Alcohol, drogas, violencia y excesos siempre han estado ahí, no son la variante de la séptima ola; centrémonos en lo inédito, no en lo histórico.

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