tribuna

El viento de Zapatero

Zapatero, ese brujo de la ceja arqueada, va a tener razón al final. Ahora parece descifrarse aquel enigma lanzado en los comienzos de la crisis de Lehman Brothers, cuando dijo: “La tierra no pertenece a nadie salvo al viento”. Ese viento que atormentaba a los agricultores y que enloquecía a don Quijote llevándolo a luchar contra los molinos que intentaban domesticarlo, parece ser la solución a cualquier crisis energética que haga depender al mundo de las reservas que un país tenga sobre otro de sus recursos fósiles, incluyendo al gas, que no deja de ser un producto maloliente y contaminante. El viento es de todos, no como esa tierra prometida que es de un pueblo elegido por Dios, con privilegios por encima de los demás, que no pocos conflictos nos ha causado a lo largo de la historia. El viento es la solución democrática regulada por el rasero de la igualdad de oportunidades. Quizá este fuera el misterio encerrado en la frase de Zapatero. Hoy leo en La Vanguardia un artículo de Antonio Cerrillo titulado: “El petróleo de España está en el viento”, y yo aprecio que esa solución, aplicada globalmente, va a ser el bálsamo de fierabrás que resuelva todos nuestros problemas. Se abre una nueva era en donde el reparto azaroso de los yacimientos no sea más el esquema en que se base el dominio de los países. El viento será el dueño de la tierra y todos disfrutaremos por igual de su aprovechamiento. Ahora se anuncia por parte del ministerio de Transición ecológica que un proyecto de parques eólicos marinos va a revolucionar la política energética, a partir de 2025, año en que se tiene previsto ponerlo en marcha, empezando por las islas Canarias. Qué bien. Los alisios no solamente serán benéficos dulcificando el clima, sino que, además, nos harán disfrutar de un recibo de la luz más barato y sin dependencias extrañas. Quizá el cambio climático haga que sople con mayor fuerza y entonces nuestro acopio de energía será directamente proporcional a cómo se endurezcan las condiciones medioambientales. Vaya una cosa por la otra. He terminado de escribir una novela donde uno de los personajes experimenta con el aprovechamiento de la energía de las cosas triviales y naturales, construyendo un mundo donde ningún esfuerzo se desperdicia, y hasta de los zapatos se puede recuperar la que se consume cada vez que damos un paso al caminar. Todo ese gasto que se produce haciendo jogging en el parque se puede trasformar en algo útil en lugar de considerarlo como un derroche gratuito. Se trata de que nos hemos olvidado de que estábamos en el paraíso y podíamos tomar de él todo aquello que nos ofrecía sin darnos cuenta de que nos estaba favoreciendo si sabíamos extraer ese principio del ahorro que se basa en no despilfarrar. Ya nadie sentirá la tentación de ser el dueño de la tierra, porque el viento, que es el auténtico amo de las cosas, no será capitalista ni comunista ni nacionalista ni ultraderechista ni ruso ni islámico ni bolivariano ni chino ni nada que se le parezca. Soplará a su antojo moviendo las aspas de los molinos que nos permitirán vivir tranquilos disfrutando de la igualdad de sus ráfagas. Tenía razón Zapatero, aunque a veces no sople al gusto de todos, igual que hace la lluvia, y nos traiga ese aire anaranjado que viene del sur, como si se hubieran levantado todas las arenas del desierto. Mañana iré a Las Teresitas y veré la banda que forma esa bocanada de aire enfebrecido que entra por Anaga. Entonces la imaginaré llena de molinos blancos confundiéndose con las crestas de las olas y en mi imaginación se abrirán las puertas de un futuro limpio, almacenando kilovatios en grandes acumuladores bajo el mar, como las bateas llenas de mejillones que nos están esperando a que vayamos a recogerlos para meterlos en una lata y comérnoslos en escabeche. Me voy a poner en la tarea de inventar un artefacto que sea capaz de transformar en energía este esfuerzo que hago al teclear en mi PC. Si no lo consigo no me quedará más remedio que pensar que lo que hago no sirve para nada. Solo para reírnos todos un ratito, para nada más.

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