después del paréntesis

El goce

Vivió un escritor polaco extraordinario que se llamó Witold Gombrowicz entre 1904 y 1969. Su vida fue una cadena de contradicciones: homosexual casado, polaco en el exilio y la ciudad francesa de Vence (donde murió) como refugio. Por ser parte de una antigua familia aristocrática, padeció la furia de la nueva Polonia. Y se recluyó en ese factor: del absurdo y ridículo nacionalismo, al que contestó en su novela argentina Trasatlántico y en sus Diarios, al nacionalismos sensato y radical cual afirmó en su obra de teatro La boda. El arribo de los nazis a Varsovia sentenció su deriva. Por esas fechas Gombrowicz viajaba hacia el sur de América. Allí paró por voluntad propia: 24 años de destierro en Argentina. Reunió en torno suyo a un pequeño grupo de escritores en Buenos Aires y fundó su delirio: la publicación en el año 1937 de una de las novelas más revolucionarias del moderno: “Ferdydurke. Con ella una de sus iniciativas más singulares: la traducción en grupo, dirigido por él, al castellano de esa novela. Y así se fraguó lo que este escritor es: una clarividencia discursiva excepcional, la capacidad para encumbrar los detalles más nimios, hacer visibles aspectos del carácter de sus personajes que pasarían inadvertidos o fijar aspectos de la visión insospechados; preciso, franco, inteligente, intenso, arriesgado… Con ello, una de las novelas más proverbiales de Europa: “Cosmos”. Y eso es lo que da valor a otra de sus sorprendentes iniciativas, una novela que en el año 1960 tituló Pornografía. (En España, La seducción.) ¿Qué persigue Gombrowicz ahí? Lo que otro de los más grandes escritores del continente, Italo Svevo, tentó en Senectud y en La historia del buen viejo y la bella muchacha: la atracción de la vejez por el arrobo sexual de los jóvenes. ¿Qué construye Gombrowicz en Pornografía? La sutil perversión humana: dos viejos se trasladan de la ciudad al campo y en el lugar sus alucinaciones se encaminan a forzar o a disfrutar de las acometidas sexuales de una jovencísima chica y el chico que vive en su familia. Se consagra el asunto por el novio de la muchacha, y el movimiento: dejarse poseer en fidelidad o lo contrario, seducir a otros hombres. Una estrategia descomunal para asentar eso que se llama disfrute. Y siempre tal cosa ocurre, escribe Gombrowicz: el goce, el sublime goce, aunque sea el goce de los otros, el goce de los jóvenes que los ojos contemplan.

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