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Crónica de la crónica

Les he contado alguna vez que lo difícil de la crónica no es el estilo, sino el hallazgo de algo que contar. Si encuentras un tema tardas un cuarto de hora en darle ciento sentido a 300 palabras; si no, estás jodido. A menudo paso por épocas de sequía profesional y esto debe ser normal cuando llevas cincuenta y dos años haciendo lo mismo todos los días, tengas o no tengas ganas. El mundo no genera tantos acontecimientos para que tú puedas entretener a los desocupados lectores que te distinguen, día tras día, con su atención. Al menos mi mundo. No siempre aparece en los diarios un señor al que le dolía un pie, fue al médico y éste le dio cuatro días de vida. Ni la ocurrencia del chino que cogió un terrible hongo pulmonar por olerse los calcetines cada noche. No es habitual que una señora de Miami te persiga por una nave atiborrada de cedés, durante más de media hora, preguntándote si en Canarias hay huracanes, como en la gran ciudad de Florida. Y tampoco es frecuente que pierdas el sueño a causa de angustias imposibles; ni que la perrita se haya acostumbrado a mear al revés, es decir fuera del pañal en el que ha miccionado desde que nació. Bueno, cada día se lo cambio. La crónica es una especie de milagro, que se repite en el tiempo, pero has de tener suerte en dar con el asunto. Al fin y al cabo, gana la pluma tantas batallas como la espada (Aparisi Guijarro, a quien jamás leí). Yo puedo hacer virguerías con la pluma para crear un artículo de la nada, pero les aseguro a ustedes que la falta de inspiración es mi punto débil. Ah, el futuro es de los desilusionados (Sorel). Lo acabo de leer.

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