después del paréntesis

Las balas matan

Era un joven negro de 25 años. No se le ocurrió otra cosa que huir de un control de tráfico en Akron, Ohio. Como es preceptivo, ocho agentes lo siguieron. Ni por esas, no se detuvo. Renunció a darle explicaciones al jefe de la patrulla y continuó la escapada a pie, luego de detener su coche. El resultado fue catastrófico, como es de suponer: cien balas en el cuerpo del delito. Eso confirmó el jefe de la comisaría local cuando le solicitaron mostrar el vídeo reglamentario que recoge la escena. “Es muy duro”, dijo y es verdad. Lo que alcanza al tenor es por qué sucedió lo que sucedió. Y eso (hasta que estas páginas se compusieron) no se ha aclarado. ¿Por qué ese muchacho no hizo caso a una operación rudimentaria? Si no procedió del modo en que regularmente los ciudadanos procedemos es porque tendría algo que ocultar. Acaso drogas en su coche u otros materiales prohibidos… Mas eso no se lo preguntarán los ciudadanos de ese lugar de Ohio, hablarán de la desproporción. Y es verdad. A una persona no ha de retenérsela con docenas de balas en el cuerpo. Medios habrá para apresarlo y, en apresándolo, esclarecer los motivos. La protesta venidera es razonable, porque así funciona la policía en ese país; todo el que no se someta a sus normas es reo de muerte, disparan.

Pero en este caso el relato no es tan concluyente. Lo cual mueve a varias preguntas. De una parte, ¿el muchacho no paró cuando se le pidió por ser negro y por el temor a los policías blancos que ante él estaban apostados? Parece exagerado; acaso otra razón se descubra. En segundo término, ¿hubo agentes negros entre los que abrieron fuego contra el fugitivo?

No conozco cuál era la razón de ser de Jayland Walker, si era un delincuente o hijo de una buena familia, si un sátrapa desterrado de la sociedad o un claro estudiante o profesional. Lo que incitará al horror allí es lo de siempre: el racismo. Y eso no siempre se cumple.

Lo que se cumple en ese país, admirable por muchas cosas, es el desprecio al valor de la vida, el individuo que va a un colegio y mata a una docena de niños fríamente o ese que mató a seis personas en Chicago en el desfile del Día de la Independencia.

Lo que tanto en las cabezas de los policías como en la de los civiles presos por el fragor de las armas no cabe es que la existencia es un valor supremo, y eso es lo que deben considerar antes de apretar el gatillo.

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