Hace más de diez años (10 de enero de 2011) que la banda asesina ETA anunció su rendición, por mucho que hablase de “cese de la actividad armada”. Algo antes, el 16 de marzo de 2010, llevó a cabo su último asesinato, el de Jean-Serge Nérin, un brigadier de la Policía francesa que perseguía a unos etarras que habían perpetrado el robo de unos vehículos.
Fue el fruto de una victoria de todos los demócratas españoles con independencia de su color político, porque todos sufrieron la vileza del tiro en la nuca y el coche bomba (incluso nueve canarios, tan lejanos a los bastardos intereses de ETA, aquellos que empezaron adornándose de luchar contra Franco y terminaron usando la violencia para llenarse los bolsillos).
Por lamentable que resulte la apología de aquellos crímenes, sus herederos políticos (EH-Bildu) están donde siempre debieron de estar gracias a pasar por el camino indicado para defender sus ideas: las urnas. Por eso asombró tanto que ayer, tras más de un lustro de espera por el Debate sobre el estado de la Nación, al principal partido de la oposición, el Partido Popular, aparentaba -cuanto menos- faltar al respeto de quienes lucharon codo con codo en aquella guerra, pero, sobre todo, a los españoles que buscaban ayer una alternativa tan necesaria como democrática para afrontar la tremenda crisis que atenaza ya a los españoles, los mismos que ven sus salarios congelados mientras la inflación se dispara a niveles del 10%.
Mientras, a diferencia del Gobierno de Mariano Rajoy y sus dramáticos recortes, los españoles atendían ayer a Pedro Sánchez anunciar en el Congreso un evidente giro a la izquierda con nuevos impuestos para las empresas energéticas y los bancos a tal fin de que sus beneficios ayuden a paliar el inexorable impacto que la guerra de Ucrania y la falta de materias primas está teniendo ya en el bolsillo de la ciudadanía, Cuca Gamarra (que anoche ya se antojaba como una portavoz amortizada y prescindible para el nuevo líder popular, Alberto Núñez Feijóo), solo encontró dos argumentos nucleares para replicarle. El principal, un inaudito ejercicio de filibusterismo político al improvisar un minuto de silencio por la memoria de Miguel Ángel Blanco. El secundario, esa extraña idea de que es malo que el Estado se rearme financieramente ante la evidente sangría que van a suponer los problemas venideros para sus arcas.
Todo ello, pese a que las medidas de Sánchez son al menos discutibles -como demuestra la caída de la Bolsa ayer tras el anuncio- por coyunturales y de fácil traslado a la ciudadanía por las grandes corporaciones afectadas.
Al fondo resta la sospecha de que en realidad al PP le vino mejor usurpar el discurso de Vox que entrar en materia.