el charco hondo

Cuando muera el rey

Cuando muere la reina en el país de países que da forma a Reino Unido, a esa realidad plurinacional de acento inglés, los británicos aparcan con automatismo aquello que les separa o enfrenta, adormecen durante unos días las tensiones que de lunes a domingo amenazan con desteñir los colores de la bandera, se vendan heridas que llevan siglos abiertas, lo dejan estar, se conceden una tregua, respetan el instante, blindan un episodio que saben eterno, aplazan los pleitos, permiten que la ceremonia transcurra oliendo a consenso, colorean las imágenes con un cierre de filas que fabrique admiración, exhiben un pragmatismo que les sale de oficio, sin esfuerzo. En Reino Unido las aguas rara vez bajan tranquilas. Al recelo que la historia dejó sembrado se añaden los problemas, agravios, desigualdades y fricciones que traen bajo el brazo los desafíos contemporáneos. Sin embargo, durante los diez días que han transcurrido de la muerte al funeral de la reina los británicos han metido los trapos sucios en el garaje. Saben que los ojos del mundo han estado pendientes de ellos durante la última semana, y cuando el planeta acude a sus bodas o entierros no suelen fallar. No les falta razón a quienes tachan de anacrónica la interminable y desbordante liturgia de esos días, tampoco aquellos que cuando piensan en la monarquía se les queda la cara de incomodidad y agrio malestar de la actual reina de España, un gesto el suyo escasamente profesional, una actitud impropia de quien parece ser reina a su pesar. Hay quienes entienden que lo vivido estos días no tiene cabida en este siglo, pero, no faltándoles razones, cabría animarlos a que abran los ojos y vean que donde ellos describen un espectáculo extemporáneo los británicos ven lecciones magistrales (y globales) de marketing, marca país, unidad a ojos de terceros, fortaleza, dosis de pasado para exhibir músculo de presente y futuro. Aquí no funcionamos así. Cuando muera el rey de España lo que verá el mundo será a la derecha extrema montando un lío porque hay pocas banderas, a los huérfanos de Iglesias presumiendo de faltar a la ceremonia o dejando vacíos sus asientos, a los independentistas decorando el recorrido con pancartas y al bipartidismo tirándose los platos a la cabeza ante la mirada atónita y sonriente de la prensa internacional, cóctel aderezado con una decenas de manifestaciones convocadas para darse un atracón de audiencias. Allí cierran filas en momentos así porque se les ha educado para ser educados cuando toca ser educado. La diferencia entre británicos y españoles es que mientras que ellos hacen negocio con su pasado nosotros perdemos dinero con el nuestro.

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