después del paréntesis

El descrédito

Recorríamos gran parte de la isla, desde La Habana hasta Santiago de Cuba. Lo hacíamos por carretera. Pernoctamos a mitad del camino. Los chicos que iban sin pareja en la parada fueron sorprendidos. Había una especie de complot entre la recepción del hotel y un grupo de chicas del lugar. Cumplieron. Unos 30 euros fue el precio. En el Parque Céspedes, frente a la casa del conquistador y gobernador Diego de Velázquez, se produce un espectáculo denigrante, por el modo de vestir de aquellas muchachas, la mayoría jovencísimas, y por la manera de moverse hacia los extranjeros. Se lo comenté a un miembro del Partido con el que era forzoso encontrarnos. Me dijo que en Cuba no había prostitución. ¿No?, le comenté. Vives en las trincheras, le dije; habrás de salir más a la calle, pararte en el Palacio de la Salsa o en los centros donde se festeja el Carnaval Santiaguero. No le cupo la respuesta, o porque estaba convencido o porque me juzgó como siempre: un capitalista impertinente. Lo que en Cuba ocurre al respecto es un verdadero delirio. Recuerdo un compañero de edad madura, escritor que fue y murió (me reservo el nombre) y al que su hija no lo dejó regresar al Caribe como pretendía. Lo sorprendió la jarana en un lugar concurrido. Me dijo que había creído haber dejado de ser hombre, pero no. Extraño fue reconocerlo en el avión de regreso: vino vestido de José Luis López Vázquez y regresó vestido de Alfredo Landa. El alarido del placer es consecuente en todo el mundo. Lo disoluto, lo depravado y aberrante es que esa tensión no se registre por acuerdos interpersonales sino por faltas, que sea una actividad aceptada incluso por la familia para poner coto a la desesperación. De modo que observas allí con espanto el revés: el maduro de España, de Italia, de Francia… que paga a una chica joven (con la que incluso tienen hijos) unos 500 € al mes para tener compañía estimable en las vacaciones. Se lo pregunté a la mujer. Me dijo el mundo es así, esa es mi vida, la que quiero tener. Contaba con dinero, vivía como una reina y la cuestión era 15 días o cuando más un mes con el viejo; el resto era libre. Además su hijo la consolaba. Un país así no tiene razón de ser. Cuba nos enseñó la dignidad política y fue modelo para muchos de nosotros. Ahora carga con la delación, la ignominia y el oprobio. Del lado de acá tampoco. Seguimos siendo Colón; cambiamos sobrepellices rojos y platos rotos por oro. Esa es la condición.

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