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Entre el soviet y el nacionalsocialismo

El catalanismo cultural -y político- nace y se asienta en la burguesía catalana, una burguesía conformada a partir de la Renaixença en torno a la industria ligera textil, que apostó por la lengua, la cultura y el nacionalismo para presionar a Madrid y asegurarse el proteccionismo comercial y la reserva del mercado español. El Liceo, por ejemplo, ha sido siempre una sede principal del catalanismo y el nacionalismo catalán: en sus antepalcos, que antes del incendio eran de propiedad privada, se han concluido infinidad de negocios, acuerdos comerciales y pactos políticos. Así, la política española desde el siglo XIX se hizo desde tres centros de poder, que pactan entre sí: la burguesía catalana; la vasca, de la industria pesada de los altos hornos con un importante fundamento católico, que también apuesta por el nacionalismo y no tanto por la lengua debido a su mayor dificultad y menor difusión; y la madrileña con la Corona, que controla el Ejército, la Hacienda y la burocracia y el aparato del Estado. Es un esquema que funcionó en parte con la autonomía y el pujolismo, hasta que la corrupción y la crisis final de Convergència i Unió lo han hecho inviable.
Durante la larga marcha de la transición española hacia la democracia, que sobrevivió en los años de plomo a los casi mil asesinatos etarras, el nacionalismo catalán se distinguió por su rechazo a la violencia y a la coacción física, que convirtió a Terra Lliure en una anécdota más que minoritaria. Pero las cosas han cambiado mucho, y el independentismo catalán ha caído en manos de radicales, que conciben el pacto con Madrid como la imposición de sus principios, y practican la coacción y la amenaza para perseguir al español e imponer la lengua catalana -y la ideología independentista- a los más débiles, a los niños.
Los más de mil centros educativos de Cataluña han recibido un decreto de la Generalidad titulado Documentos para la gestión de los Centros, Curso 22-23, en el que se ordena el nombramiento en cada centro de un “coordinador lingüístico” que vigile el uso del catalán y prohíba a los escolares expresarse en castellano, no solo en las clases, sino también en comedores, pasillos, recreos y cuartos de baño. Una atrocidad que significa la creación de comisarios lingüísticos, de comisarios políticos al modo soviético y nazi alemán; y que se agrava aún más con la invitación a depositar en los buzones denuncias anónimas, en las que se señalen los nombres de quienes incumplen las normas catalanistas. Solo resta que se imponga a los discrepantes el uso obligatorio de una estrella -¿amarilla?- que los identifique como enemigos del Estado y candidatos a ser internados en campos de reeducación. Recordemos que hace años se descubrió que en las ikastolas vascas se castigaba a los niños que persistían en hablar en español en los recreos y zonas comunes con obligarles a cargar con pesadas mochilas llenas de piedras.
Se ha impuesto en Cataluña un disparate totalitario más que atenta contra las libertades y los derechos humanos; una mezcla perversa entre el soviet ruso y el nazismo alemán que se impone ante la complacencia de Pedro Sánchez y de su gente, que no han denunciado la atroz medida en la llamada Mesa de negociación, en la que se vende a los españoles al mejor postor. ¿Hasta cuándo?

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