Un curioso -y amable- lector me pregunta qué significa eso de que la fallecida Isabel II era reina de catorce Estados más aparte del Reino Unido. Se trata de una situación que se ha dado históricamente en algunas monarquías, que se denomina en Derecho político “unión personal”, y que consiste en que la misma persona accede a dos o más tronos por azares de las normas de sucesión de esos Estados distintos. Catorce antiguas colonias británicas de la importancia de Canadá, Australia o Nueva Zelanda decidieron al proclamar su independencia que, sin embargo, su Jefatura del Estado siguiera unida a la Corona británica, representada por un Gobernador General.
La unión personal es de gran relevancia para los españoles porque está vinculada al nacimiento de España como nación. La reina de Castilla contrae matrimonio con el rey de Aragón, con lo cual cada monarca pasa a ser consorte en el otro reino. Pero lo más importante es que sus sucesores heredan las dos Coronas, que de esta forma quedan unidas jurídicamente y la unión personal se convierte en una “unión real” institucionalizada. Es un proceso que ya entonces se llevó a cabo a la española, o sea mal, y cuyas nefastas consecuencias estamos todavía soportando, por ejemplo, con el independentismo catalán; un independentismo que reivindica lo que denomina los Países Catalanes, el Reino de Aragón curiosamente sin Aragón. Los reyes británicos, además, son titulares de dos Coronas dentro del Reino Unido, las Coronas de Inglaterra y Escocia, vinculadas por las leyes del Acta de Unión de 1707, bajo la reina Ana.
Los Estados unidos a la Corona británica forman parte de los cincuenta y cuatro que constituyen la Commonwealth, la organización internacional que reúne y defiende los intereses de los antiguos integrantes del Imperio británico, a los que habría de sumar diversos territorios con situaciones jurídicas particulares, como Gibraltar o las Islas Malvinas. Es decir, más de un cuarto de las organizaciones políticas de todo el mundo dependen de la Corona británica, lo que explica la tormenta informativa que se ha desatado en los medios con el fallecimiento de Isabel II. Desde el punto de vista español, causa una sana envidia contemplar cómo los republicanos ingleses, empezando por la nueva primera ministra, se unen en el respeto y la lealtad a la monarca fallecida y a su sucesor; cómo el féretro es recibido en la capital de Escocia por los votantes del partido que defiende la independencia del antiguo reino, y cómo todos cantan orgullosamente el “Dios salve a la reina”. (asusta imaginar los insultos que los progres españoles dedicarían a quien se atreviera a sugerir que la palabra “Dios” figurara en una hipotética letra del himno nacional).
A diferencia de la Commonwealth, nuestras antiguas colonias derriban las estatuas de Colón y otros conquistadores, nos acusan de genocidas con la connivencia de muchos españoles, y alguna nos insulta en su himno nacional. No hemos sabido ni siquiera conservar el nombre de Iberoamérica o Hispanoamérica, sustituido por una Latinoamérica que oculta la realidad hispana de medio mundo. Y así nos va.
El depuesto rey Faruk de Egipto declaró una vez que, con el tiempo, solo quedarían cinco reyes: los cuatro de la baraja y el británico. La omisión del rey español nos parece absolutamente justificada.