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Octubre

Británicos y norteamericanos comienzan cada octubre a pensar en los escaparates de Navidad. Octubre es la puerta. Es el mes de los preparativos iniciales y, cuando el mes fenece, también de las indigestas comidas de empresa de las que todo el mundo sale cargado como un chucho. Octubre es un mes sin personalidad propia, es un prólogo a lo que ha de venir. Los proyectos se terminan en octubre; noviembre y diciembre, a pesar de la crisis que nos invade, son meses de próspero negocio, sobre todo para el comercio. Visitar Londres en octubre no sirve para nada, ni Nueva York, mas ya en noviembre aparecen los signos primerizos de que llegan las fiestas: los verdísimos abetos salpicados de nieve blanca y artificial, nieve de spray, y las bonitas cintas rojas con ribetes dorados de envolver paquetes, que se enroscan en las farolas y en las columnas falsas de los estands de las tiendas. Es el otoño en su máxima expresión, antes de que lleguen los fríos de diciembre. En Nueva York llaman al mes de noviembre “el verano indio”. Noviembre es el mejor mes, sin duda, junto a mayo, para visitar Nueva York: sólo hace falta una rebequita, como la que usa Eliseo Izquierdo en La Laguna cuando apunta el otoño y pasea por Herradores. Los laguneros descubrieron un día la rebequita y ya nunca más la han dejado en el ropero. La tienen a mano porque La Laguna es muy traicionera y más cuando se tienen noventa años y va desapareciendo el color de los cachetes. Cuando desaparece el color de los mofletes es que uno va proa al marisco. Por eso veo a Paco Pérez tan saludable. Octubre está aquí, llamando a la puerta, y lo más bonito que veo cerca es la paga de Navidad, que tanto se agradece.

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