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Sola ante el fuego

En el tren atrapado por el fuego en Bejís, ante la cercanía del incendio y el aumento del humo y la nube de cenizas entre Masadas Blancas y Barracas, la maquinista detuvo el tren y solicitó permiso, como es preceptivo, para retroceder, permiso que se le dio de inmediato. La operación requería que abandonara la cabina y se desplazara físicamente por el interior del tren hasta alcanzar la locomotora de cola, lo que hizo en unos cuatro minutos, en los que ya se dispuso a iniciar la marcha. Pero, en ese momento, alguien, presuntamente una pasajera que iba en el vagón número tres, accionó la alarma, lo que originó todo el problema y consecuencias funestas para los propios pasajeros. El efecto de accionar la alarma es que todas las puertas del tren se desbloquean, aunque no se abren, y, por consiguiente, la maquinista no podía poner en marcha la locomotora de cola sin bloquear todas las puertas antes. Tuvo que regresar a la cabina delantera, abrirla y salir al exterior para bloquear una a una las puertas y rearmar la alarma. Y después volver a esa locomotora trasera y, ahora sí, ponerla en marcha. Todo se desarrolló en veintiséis minutos desde que detuvo el tren; y podían haber sido solo cuatro o cinco. Mientras tanto, el pánico y la histeria se habían apoderado de una parte de los pasajeros, unos veinte de cuarenta y nueve, que, comandados por la citada pasajera, con algunos gritando pidiendo auxilio y niños llorando, aprovecharon que la cabina delantera estaba abierta y la maquinista fuera para salir al exterior y comenzar a caminar hacia la trasera del tren. Un comportamiento perjudicial para ellos, aunque muy comprensible. En esa situación límite era más seguro permanecer en los vagones que exponerse sin protección a las condiciones exteriores, y caminar por las vías y la tierra en medio de la oscuridad, el humo asfixiante y la nube de ceniza. De hecho, los seis hospitalizados entre quemados y una mujer que sufrió una fractura de tobillo, más los atendidos por inhalación de humo y afectados leves por el fuego, entre ellos la propia maquinista cuando tuvo que salir al exterior, estaban en ese grupo; por el contrario, todos los que permanecieron en el interior de los vagones resultaron ilesos. Después, cuando por fin la maquinista pudo regresar al tren y ponerlo en marcha con la locomotora trasera rumbo a la estación de Caudiel, se vio obligada a detenerse hasta en siete ocasiones para ir recogiendo a los que caminaban en el exterior. Pues bien, pese al comportamiento ejemplar de la maquinista, alguna pasajera y un familiar -que no iba en el tren- de alguna de las afectadas por las llamas han expresado en los medios graves críticas a su actuación, unas críticas no solo injustas, sino basadas en supuestos hechos que no sucedieron. En resumen, le han atribuido acciones que nunca ejecutó y palabras y manifestaciones que nunca pronunció, fundamentando una denuncia falsa. Al parecer, algunos confundieron a la maquinista, que no llevaba uniforme, como todos los maquinistas, con la citada pasajera. Pero es que, incluso, resultó alcanzada por las llamas en el cumplimiento de su deber. Merece el reconocimiento honorífico de sus superiores y, desde luego, de los pasajeros del tren, que de haber permanecido a bordo como ella les pidió no se hubieran quemado ni sufrido traumatismos.

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