Cuando la socióloga canaria Ana Padrón trabajaba en la banca, no podía imaginar que algún día visitaría Irán y se quedaría fascinada. Pero a finales de 2016 pidió una excedencia para replantearse la vida, se puso a viajar y a hacer maratones y comenzó a estudiar Sociología. Hace un par de años, conoció en El Hierro, su isla natal, a César Sar, director de la serie El Turista, del Canal Viajar. Con Sar y su grupo se fue a Tanzania en julio de 2021. Meses después, en diciembre de ese año, repitió, pero esta vez viajaron a Irán. Del impacto de esos días surgió un trabajo académico para su carrera, que ya finalizó. Y algunas de sus reflexiones nos resultan muy útiles ahora, en plena marea feminista contra el régimen iraní tras la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años que fue conducida a una comisaría de Teherán por llevar mal colocado el velo, según la policía de la moral de ese país. Allí se desplomó en el suelo y murió en el hospital.
El régimen afirmó que la joven tenía problemas de salud, pero su familia lo niega y asegura que algunos testigos vieron cómo la policía la golpeaba. Amini estaba de visita en la capital de Irán. Quería estudiar Medicina. Venía de la parte iraní del Kurdistán, un área muy amplia que se extiende por zonas de Irán, Irak, Siria y Turquía, con diversos movimientos autonomistas e independentistas castigados históricamente. “Es una de las regiones más reprimidas, pero también la más combativa, y es el feudo principal de la izquierda. La consigna de ¡Kurdistán, eres la luz de Irán!, se está escuchando por todo el país”, cuenta Ana Padrón. El régimen, sin embargo, ha bombardeado la parte iraquí esta semana, acusando a los grupos kurdos de impulsar las protestas en Irán.
Los kurdos son una minoría. Pero los árabes también, pues solo representan el 2% de la población, a pesar de que el 96% de los iraníes son musulmanes. El 60% de los iraníes son persas y hablan farsi, una lengua que utiliza grafías árabes, pero que es de origen indoeuropeo. En 1979, una revolución islámica liderada por el ayatollah Ruhollah Jomeini derrocó al sha de Persia, célebre autócrata pro-occidental. Pero en lugar de establecerse un régimen democrático, se puso en marcha una teocracia cuyas instituciones, como el Gobierno o el Parlamento, están condicionados por la Asamblea de Expertos y el líder supremo -en la actualidad, Alí Jamenei-, máxima autoridad política y espiritual del país.
El resultado es un Estado donde impera la sharía, ley islámica, impuesta con mano de hierro. Las mujeres tienen una posición absolutamente subalterna. Están obligadas a usar el velo y ropas ocres, oscuras y holgadas para evitar que se ciñan al cuerpo. “La mujer vale, por ley, la mitad que un hombre, aunque la jurisprudencia avanza lentamente para corregirlo”, explica Ana Padrón en su trabajo, enfocado en el análisis del punto cinco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que trata sobre la igualdad de género. “En caso de accidente o muerte, el valor de la vida de un varón es el doble que la de una mujer. Si se pudiera elegir, en caso de homicidio imprudente, entre matar a un hombre o a una mujer, la decisión no ofrece dudas: la responsabilidad será doble si se mata a un hombre”.
Hay un clima de extremo conservadurismo moral. Sigue imperando La Ley del Talión, el Ojo por Ojo, “un principio jurídico de justicia retributiva, donde un castigo se identifica con el crimen cometido, o con el crimen adjudicado”, explica Ana. En caso de homicidio, por ejemplo, “el único papel de la administración es ser garante del cumplimiento de la voluntad de la familia de la víctima, que tiene la opción de ordenar la ejecución del condenado/a o de perdonarle la vida con la posibilidad de recibir a cambio una compensación económica acordada entre las familias: el diyah o dinero de sangre”.
El ocio también está muy limitado. No está permitido bailar ni hay discotecas, aunque sí existe una extensa cultura de cafeterías, restaurante y bares. Solo los hombres pueden acudir a espectáculos deportivos. La pena de muerte está plenamente en vigor. Según Amnistía Internacional, 246 personas murieron en 2020, el país con más ejecutados sin contar a China, que no ofrece datos.
Sin embargo, la sociedad actual es muy diferente a la de 1979. Un 65% de la población tiene menos de 35 años. De los 80 millones de iraníes, tres millones son estudiantes universitarios, un 62% mujeres. Algunas carreras, sin embargo, les están vetadas, desde algunas ingenierías a la Arqueología o la Literatura Inglesa. Porque incluso los avances, como la apuesta por la educación que ha impulsado el régimen, tienen limitaciones. “Puedes estudiar, pero el que te da permiso para que trabajes es el cabeza de familia. Hay una parte que se deja un poco a criterio de cada casa, con poco intervencionismo del régimen. Y es el varón el que decide cómo hacer las cosas, hasta dónde se les permite llegar o no a las mujeres”.
Irán tiene una estructura económica llamativa: “Su potente fuente de recursos naturales le ha convertido en un país autosuficiente, con una economía muy diversificada. A pesar de ser productor y tener una de las reservas más importantes de petróleo y gas del mundo, su economía no depende de ello. La distribución de su PIB se aproxima más al de un país desarrollado”, explica Ana en su trabajo. Un 20% de la economía corresponde a la Industria y a la minería, un 18% al petróleo, un 8% a la agricultura, un 6% a servicios financieros y profesionales, un 3% a construcción y un 45% al sector servicios.
Sin embargo, el aislamiento de la economía iraní fruto de las malas relaciones con el mundo occidental lastran su economía. Y ofrecen un horizonte escaso a sus jóvenes, muchos de ellos sobrecualificados para trabajos precarios. El malestar socioeconómico y político ya se ha manifestado en otras ocasiones, como en las protestas contra el precio de los combustibles de 2019. O en 2009, donde la población denunció durante semanas un supuesto fraude electoral en las elecciones al Parlamento, la llamada Revolución verde. La muerte de Mahsa Amini, sin embargo, añade el poder de la lucha feminista a todo ese hartazgo. “El mensaje es que ya no valen simples reformas. Ya han tenido líderes más reformistas y otros más conservadores, pero no ha cambiado nada. Lo que quieren es el derrocamiento del régimen”, explica Ana.
Cuenta la socióloga herreña que una de las cosas que más le llamaron la atención de Irán fue la “educación exquisita” de la gente, una sólida cultura que se remonta muchos siglos atrás y que parece la cara opuesta del oscurantismo promovido por el islamismo radical. Estos días, Ana habla con algunos de los amigos que hizo en su viaje y otros que ha conocido después a través de las redes. Para evitar la censura de las autoridades del régimen, muchos utilizan la red VPN, que permite esquivar los controles con más facilidad. En ese contexto convulso, nota que algunos le cuentan lo que está ocurriendo con cierta “ambigüedad”, como si tuvieran miedo a manifestarse con franqueza. Sin embargo, otras muchas personas, sobre todo mujeres, se están jugando la vida en las calles. Ya han muerto más de 150 personas en las protestas, según la ONG Iran Human Rights.