Me he dado cuenta de que la mayoría de las personas son buenas, ayudan y tienen un gran corazón, dijo Beatriz, en el Guimerá. Su voz, llena de generosidad y entereza, inmovilizó a quienes asistimos hace un año a la entrega de los Premios Taburiente. Todos los niños son nuestros hijos, y hay que protegerlos —enfatizó la madre de Anna y Olivia—. Hoy, doce meses después de aquella noche, sus palabras se han materializado en una escultura que resume sentimientos encontrados y que habla, eternizando a las niñas, del dolor sin fecha de caducidad, también de la fortaleza, de los recuerdos y de la rabia que, entonces y ahora, individual o colectivamente, nos causó y continúa provocando la desaparición de Anna y Olivia entre olas y peces que deben abrirnos los ojos, recordándonos que queda un camino largo para mejorar, para querer bien, para respetar, saber dejar, aprender a ser dejados, entender, continuar sin destruir, para extirparnos de una maldita vez la capacidad de hacer daño. Quién no recuerda dónde estaba cuando la fatalidad atravesó las paredes, cuando la realidad aplastó la esperanza de otro final. Las palabras de Beatriz y la escultura de Julio Nieto, en uno de los espacios más transitados de la Ciudad, junto al mar, cerca de olas y peces, garantizan que Anna y Olivia jamás dejarán de estar para reivindicar a las generaciones presentes o futuras que fomenten la cultura del respeto, del respeto a la libertad o las decisiones del otro, del respeto al espacio, al derecho de poner fin a una relación, a la vida, a vivir sin amenazas, sin miedo, sin cárceles pintadas a sangre en el aire. Ese abrazo en forma de escultura seguirá presente esta noche, en la entrega de los premios de esta edición. Lucas Fernández, presidente de la Fundación Diario de Avisos, reivindicó semanas atrás que se aceleren e intensifiquen los esfuerzos para erradicar la violencia contra las mujeres. Todas las violencias, recalcó Lucas. Esta noche, doce meses después de que el corazón se nos encogiera escuchando a Beatriz, el eco de Anna y Olivia seguirá correteando por el teatro. Hoy, un año después, esta Casa premiará trayectorias que merecen mucho la pena, recorridos que deben iluminarse homenajeándolos. Celebrándolos sin excepción, me alegro especialmente por Jorge de León. Su trabajo, reconocido sin límites ni fronteras, consta en su currículum. Únicamente me detendré en este premiado para dejar por escrito que Jorge es buen tipo, un tío capaz de volar alto sin dejar de pisar tierra, amigo de sus amigos, una factoría de empatía, buena gente. Me alegro personal y sinceramente por él. Enhorabuena, Jorge.