el charco hondo

Guaguas

Según la teoría de la expectativa, cuando elegimos entre distintas opciones lo hacemos impulsados por el resultado (o expectativa de resultado) perseguido. Con este punto de partida, el proceso cognitivo que nos permite poner en la balanza los diferentes elementos de motivación está muy marcado por la conveniencia de dichos resultados, de tal forma que para dejar de utilizar el coche, y empezar a ir en guagua, la motivación debe pesar muchísimo más que las dudas, y ese requisito no se cumple, entre otras razones porque la guagua es solo una de las piezas de un puzzle de intercambiadores, carriles rápidos, trayectos o frecuencias que la realidad desarma. La balacera que se ha desatado a cuenta de las consecuencias que traerá consigo la gratuidad de las guaguas parte de una premisa equivocada, al darse por hecho una avalancha de usuarios que sustituirán su coche por el transporte público. Las probabilidades de que eso ocurra son infinitamente menores de lo que se está diciendo. Cuesta imaginar que la transición del coche a la guagua sea tan multitudinaria como automática. Una cosa es que se dispare la adquisición de bonos y otra bien diferente que esos bonos se traduzcan milimétricamente en usuarios reales. El precio de la gasolina describe la motivación a la que se alude en la teoría de la expectativa, pero queda diluida porque para cambiar coche por guagua no basta con la gratuidad, también hace falta ese rompecabezas de paradas, horarios, aparcamientos o carriles para vehículos de alta ocupación, un puzzle que está por sacar de la caja. Quienes habitualmente utilizan la guagua (o el tranvía) tienen motivos para aplaudir con ganas que sean gratis a partir de enero, claro que sí; sin embargo, aquellos que usan el coche difícilmente se beneficiarán porque la transición de la que tanto se habla no se acercará a esa avalancha que algunas voces dan por inminente, básicamente porque las guaguas, gratis o no, rara vez son la solución que necesitan en el día a día. Cargar contra quienes dirigen la programación u otros departamentos de las empresas de guaguas es un sinsentido porque el puzzle es responsabilidad de otros. Argumentar que no se incrementarán los usuarios, pero que la gratuidad provocará el deterioro de las flotas, dibuja una contradicción alimentada por la guerra de celos y desgaste que ha generado el acuerdo presupuestario. La gratuidad alegra el bolsillo de los usuarios de siempre, y, de paso, pone de relieve que no se dan las condiciones para que se apueste masivamente por el transporte público. Las expectativas de avalancha quedarán atrapadas en el atasco donde coches y guaguas comparten carril.

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