el charco hondo

La cola

Como bien nos recordó Hannibal Lecter, en El silencio de los corderos, los instintos básicos varían poco, bastante o muchísimo entre individuos de idéntica especie, y, en algunos casos, esas pautas y comportamientos hereditarios (innatos) suelen desembocar en el objetivo más elemental y básico: procurar la supervivencia, o intentarlo al menos. Como individuos (sin ánimo de ofender, dicho queda) llevamos a cabo acciones esquemáticas como el ataque o la huida, sin poder ni tener que elegir qué hacer frente a circunstancias específicas, de ahí que muchas veces los comportamientos que activamos al dictado de los instintos sean diametralmente opuestos a los derivados del aprendizaje. Atendiendo a un enfoque biológico, en lo alto del catálogo de los instintos se sitúan acciones esenciales como comer, beber, dormir, aparearse o, en el caso de los lobos y de algunos que hacen cola con los carritos desbordados en las cajas del súper, defender el territorio sin empatía, educación, sosiego o humanidad. En este último caso, el de quienes están en la cola del supermercado, en ocasiones afloran los peores instintos, los básicos más primarios, esas acciones o reacciones que, deshumanizadas, requieren tirar de la sicología del comportamiento animal para interpretarlas con mínima solvencia. Poco se ha estudiado, nada de nada, en realidad, qué es lo que lleva a los de la cola a recurrir al instinto de supervivencia cuando una frase, una sola frase, dinamita de un segundo para otro la quietud que reina junto a las cajeras (o cajeros) cuando, a voz o por megafonía, al abrirse una caja que hasta este instante estaba cerrada se escucha una solicitud que transforma a padres de familia, viudos, jubilados, solteros y casados en la mismísima niña del exorcista. Pasen por esta caja en el mismo orden que están -dice algún empleado, con más desgana que afán de incitar al canibalismo-. Empujones. Miradas con un altísimo contenido criminal y disuasorio. Carritos pasando de cero a doscientos en apenas una milésima de segundo. Clientes observando con aterrorizada curiosidad cómo sus iguales renuncian a cualquier resquicio de urbanidad, educación general básica o contrato social con sus similares. Escuchan la petición de que pasen por otra caja en el mismo orden que están y, poseídos por el maléfico, matan por ganar un puesto respecto a la cola donde estaban, o lo que es lo mismo, se juegan la vida por salir cinco minutos antes del súper. Instintos básicos. Manual de supervivencia. Gente que está mal, fatal.

TE PUEDE INTERESAR