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Que ni chiquito jediondo

El iraní Hamou Haji falleció en su país a los 92 años, víctima de una súbita dolencia. Llevaba 70 años sin darse una ducha. Sus vecinos lo animaron a remojarse un poco y el eremita la cascó a la media hora, quizá impresionado por el agua que no veía desde hacía tantos años, más que para beber. Sus amigos quedaron consternados porque Hamou, a pesar de que olía fatal, era persona apreciada en su entorno. Eso me hace recordar a un viejo cronista isleño, con la misma manía de no ducharse, que un día apareció por el campus de La Laguna. Los estudiantes, siempre tan ocurrentes, lo lanzaron a la fuente que allí existía por entonces y el hombre no murió pero estuvo una semana tiritando. Hay más antecedentes. Conmigo trabajaba uno que nada más entrar por la puerta de Radio Burgado esparcía su olor por el hueco del ascensor y llegaba al instante al cuarto piso, que era donde se encontraban las oficinas. Cuando batía alerones, el personal salía huyendo como alma que lleva el diablo. Decía Alfonso García-Ramos, en su imaginación desbordante, que el cronista lanzado al agua en La Laguna reunía a unas vestales, que en realidad eran señoritas de dudosa reputación, y las escondía entre la bruma de El Sabinal herreño, en un aquelarre impropio de las escasas libertades de la época. Era mentira. Alfonso era dueño de una imaginación enfermiza y aquello parecía más el argumento de una novela que una verdad absoluta. En este mundo se encuentra uno con mucho jediondo. El brillante cronista Paco Pimentel decía que no había necesidad de ducharse porque la grasita que cría el cuerpo era buena para la piel. Cada cual que no quiere remojarse se inventa su propia excusa. Todo menos darse una ducha.

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