en la frontera

Sobre el espacio del centro

La tendencia a la radicalidad, a los extremos, la polarización de la vida política y social que se observa en tantas partes del mundo, también entre nosotros, demuestra el éxito de los planteamientos bipolares, cainitas, maniqueos. Unos planteamientos en los que el dominio de las ideologías cerradas amenaza nuestra enferma democracia. Hoy, ante la pérdida de los valores del Estado de Derecho, asaltada desde el formalismo y el procedimentalismo que enarbola el populismo, llega de nuevo la demagogia.

En este contexto, la cuestión del centro, de la moderación, de las políticas centradas, de la sensibilidad social, del espacio del entendimiento, del espacio del pensamiento abierto, del espacio de la racionalidad, del espacio de la realidad, vuelve a escena. Se habla mucho de táctica, estrategia, encuestas, sondeos, de que las elecciones se ganan desde el centro, pero se debate poco acerca de lo que es el espacio del centro: el espacio en el que las políticas tienen como centro y raíz la dignidad del ser humana y sus derechos fundamentales, no los cálculos, tácticas o estrategias para conservar la posición a cómo de lugar hoy, por cierto, tan de moda.

Pues bien, el espacio de centro se nos presenta como un espacio en el que los principios, fundamentalmente los del Estado social y democrático de Derecho: juridicidad, separación de los poderes, reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona, solidaridad y participación, han de aplicarse permanentemente sobre la realidad. Principios y realidad son conceptos complementarios. En efecto, desde el espacio del centro se reclaman políticas humanas, políticas diseñadas pensando en la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de las personas y a ellas dirigidas.

El pensamiento centrista es un pensamiento más complejo, más profundo, más rico en análisis, matizaciones, supuestos, aproximaciones a la real realidad. Por eso mismo el desarrollo de este discurso lleva a un enriquecimiento del discurso democrático. La apertura del pensamiento político a la realidad reclama un notorio esfuerzo de transmisión, de clarificación, de matización, de información, un esfuerzo que puede calificarse de auténtico ejercicio de pedagogía política que, por cuanto abre campos al pensamiento, los abre asimismo a la libertad. El reto no es pequeño cuando el contexto cultural en el que esa acción se enmarca es el de una sociedad de comunicación masiva con un grado de manipulación sin precedente.

Pues bien, lejos de presunciones simplistas, las políticas de centro se asientan en principios que se aplican sobre la realidad desde una mentalidad abierta, practicando la capacidad de entendimiento y asumiendo una creciente sensibilidad social. Cuanto más generales y globales sean estos, los principios, más rotundo podrá ser aquel en sus propuestas y afirmaciones. Solo minorías asociales podrían negar hoy la validez de principios universales referentes a los derechos humanos, a la justicia social o a la democracia que parte de la participación política. Pero si para los principios más elevados se puede solicitar el consenso universal, impuesto por la misma realidad de las cosas, la concreción o aplicación de los principios a las situaciones concretas queda sujeta a márgenes de variación notables.

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