Poco se ha hablado en la WTM, o nada, sobre cómo el cambio climático modificará, y de hecho ya está modulando, los hábitos, decisiones y preferencias de los turistas. Bien pudo aprovecharse la cita en Londres para detenerse en la descripción y análisis de los vasos comunicantes que, más pronto que tarde, propiciarán que el lento pero imparable incremento de las temperaturas condicione cómo, dónde y cuándo los turistas escaparán de sus ciudades buscando otra cosa, persiguiendo experiencias que tienen en los termómetros un elemento cada vez más determinante. Ni el cambio climático ni el fin del mundo dibujan fenómenos repentinos, ocurren siguiendo las pautas de procesos que nacen, crecen, se desarrollan y cambian realidades que se creían imperecederas e inamovibles, absolutas. Y ese proceso ha comenzado, estamos en la cubierta de ese barco. Incluso quienes reniegan de las evidencias que vomitan las estadísticas u otros indicadores incorporan a diario hábitos de comportamiento que, les guste o no, lo reconozcan o no, constituyen una aceptación de que las cosas están cambiando, también ellos, los negacionistas, se untan de pies a cabeza con crema protectora cuando acampan junto al mar. Si quienes niegan el cambio climático pasaran un día en playa sin crema solar cambiarían de opinión cuando, apenas unas horas después, se vean obligados a dormir de canto. Millones de turistas preferirán viajar eligiendo otros meses. Este último verano tuvimos un ensayo general del futuro más o menos inmediato. El incremento de las temperaturas en Reino Unido o Alemania, y en otros países en los que nos va la vida, empieza a propiciar que los inviernos sean menos fríos, luego, más soportables, mientras sus veranos se vuelven calurosamente insoportables. Yendo el calentamiento a peor, es probable que no quieran escapar de casa en invierno, pero sí en verano, con lo que unos y otros, extranjeros y peninsulares, se nos acabarán concentrando de abril a octubre, meses que podríamos rebautizar como temporada altísima, acercándonos dolorosamente al calendario turístico balear, con la onda expansiva que ese cambio puede generar en nuestra economía. Qué decir si, según una teoría avalada por los expertos, al subir la temperatura del océano se nos rompe la ecuación que hace posible los alisios. Las ferias están concebidas para dar buenas noticias, las otras, las malas, se dejan en cajas detrás de los stands. Sin embargo, no habría pasado nada por detenerse en un proceso, el cambio climático, que modificará hábitos, calendarios, cómo, dónde y cuándo.