tribuna

Treinta años del Cicop

El Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio celebra el treinta aniversario de su fundación en España, con sede en la ciudad de La Laguna. Fue creado en 1992 por Oswaldo Brito y Miguel Ángel Fernández Matrán, que ha sido su presidente hasta hace escasos días para ser sustituido por Francisco Aznar Vallejo. El Cicop ha tenido que ver con cosas importantes, entre ellas haber logrado para La Laguna el reconocimiento de la Unesco como ciudad patrimonio de la Humanidad. Se puede decir que lo que es hoy se lo debe en buena parte a esta iniciativa. Ayer escuché palabras reconociendo la importancia de la conservación de nuestro patrimonio. La civilización no se entiende sino como un medio evolucionado que se apoya, escalonadamente, en las plataformas consolidadas que se fueron edificando para basar en ellas el futuro. En esto consiste la evolución: en ir aprovechando lo imprescindible para nuestra supervivencia y en ir desechando aquello que sobra, como un lastre que en ocasiones nos parece que no nos queda más remedio que soportar. Existe mucha confusión en esto y se protegen modelos obsoletos que nunca fueron merecedores de ser los representantes de un tiempo o de una cultura.

Por otra parte, las generaciones tienen todo el derecho a expresar su carácter personal en su paso por las ciudades en que vivieron. No se puede meter todo en el mismo saco a la hora de valorar el patrimonio; especialmente cuando este se contamina por lo ideológico o por el populismo más a rente del suelo. Ni las ciudades pueden convertirse en museos ni el conservadurismo se puede llevar a cabo desde posiciones fundamentalistas que defienden a ultranza cualquier antigüedad sin mérito. Ayer recibieron los premios Cicop, la restauradora valenciana Pilar Roig Picazo, el arquitecto catalán Antoni González Moreno-Navarro, Juan José Bacallado Aránega, el colectivo Memoria de Marruecos, la Fundación Las edades del hombre, la Agencia Española de Cooperación Internacional y el músico Benito Cabrera. Todos ellos personas esforzadas en la conservación de lo que nos identifica como miembros de una sociedad cultural y espiritualmente desarrollada. Escuché intervenciones sintetizadoras de esta función sublime y salí convencido de que cualquier sentimiento de aprecio por lo que nos es característico, sea en el sentido clásico como en el más popular, debe ser sometido a un proceso de selección. La pregunta es quién ha de ser el encargado de hacerlo, porque aquí hay métodos para todos los gustos, y tendencias que intentan mostrar sus preferencias. El arquitecto Antoní González hizo una crítica al escaso interés actual por estas cosas, que yo pongo en duda, haciendo alusión a que el Violet Le Duc de hoy se llama Carlos Arguiñano, en una clara alusión a la confusión del término con la profesión de restaurar los estómagos. Tampoco el ejemplo es bueno. Violet Le Duc fue un arquitecto del siglo XIX que tuvo mucho que ver con la implantación del neogótico, un estilo inspirado en la recreación de un pasado romántico.

No todos los conservacionistas estaban de acuerdo con él, y el debate ha surgido recientemente con la intervención después del incendio de Notre Dame. La aguja de la catedral fue lo que ardió: un armazón de maderas añadido por ese arquitecto. Hoy son más las voces que reclaman que el templo recupere su estructura original, sin esos añadidos, a pesar de que esa sea la imagen que reproducen todas las postales de París. Esa ciudad es un ejemplo de la superposición de estilos y de aceptar la convivencia de lo moderno con lo clásico. Las intervenciones se suceden sin molestarse, dejando cada época su impronta, como debe ser. Por eso asombra esa ciudad napoleónica diseñada por el barón Haussmann, la tour Eiffel, el rascacielos Maine Montparnase o el arco de la Defense, presidiendo el nuevo distrito financiero.

Todo cabe, y todo representa el tiempo histórico en que los hombres fueron los protagonistas de la civitas, como lo serán del futuro. En estas cosas pensé y recordé a Oswaldo y nuestras largas conversaciones en el Ayuntamiento, cuando decidimos separar las competencias de Patrimonio de las de la Gerencia de Urbanismo, unidades que creamos, respectivamente en el mismo tiempo. Ayer saludé a su viuda, Isabel Izquierdo Botella, y me vinieron a la cabeza todas estas cosas. Miguel Ángel Fernández Matrán, el hombre que ha estado al frente del organismo durante treinta años deja el relevo a Francisco Aznar, que tiene acreditada su fama como buen gestor. Ahora pasa a ser presidente honorario. El patrimonio está en manos de gente responsable para evitar que se cometan disparates, tanto en los descuidos como en los excesos de protección, que también los hay.

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