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Carros y carretas

El jueves pasado confesaba que no participo en absoluto de los minutos de silencio, seguidos de los inevitables aplausos, no se sabe muy bien a quién o qué, ni de los días de luto oficial con motivo de los asesinatos de mujeres por su parejas o exparejas, que se suceden con una aterradora regularidad. Y decía que no participo de estos ritos justificativos de nuestras conciencias porque son mecanismos que enmascaran nuestro fracaso y nuestra impotencia en garantizar a las mujeres asesinadas su derecho fundamental a la vida.

Pues bien, por desgracia este comportamiento social nuestro se repite en muchos otros casos de vulneración de los derechos humanos, por ejemplo en el caso de la invasión de Ucrania por el ejército ruso. En esta guerra también son masacradas mujeres y niños en la retaguardia ucraniana, junto con hombres de avanzada edad y soldados de su ejército; y también en este caso proliferan las iniciativas humanitarias de acogimiento y ayuda en España y otros países por parte de ONG, autoridades y colectivos de todas clases de la sociedad civil. Se suceden las manifestaciones y los actos de apoyo y rechazo de la agresión rusa; las encuestas y los sondeos muestran que esa es la opinión social imperante; y la mayoría de nuestros políticos y nuestros partidos e instituciones públicas y privadas comparten y participan de esa posición. La excepción radica en los partidos y los votantes de extrema izquierda, nostálgicos de la Unión Soviética y las dictaduras comunistas, que, con la coartada de un pacifismo criminal, proponen abandonar a Ucrania y los ucranianos a su suerte.

Sin embargo, la realidad no es tan idílica. Y junto a las manifestaciones y declaraciones, supuestamente unánimes, de apoyo y ayuda a Ucrania de instituciones, partidos y políticos españoles, europeos y norteamericanos, se esconde una posición real de no molestar demasiado a Putin, no sea que la amenaza nuclear vaya en serio. Sin amenaza nuclear ya ocurrió el siglo pasado, cuando el Reino Unido y Francia sacrificaron a Checoslovaquia, entregaron los Sudetes a Hitler, y solo la invasión alemana de Polonia al año siguiente les obligó a aceptar la realidad y declarar la guerra al Reich.

Salvo los ataques aéreos, la guerra está localizada en los cuatro territorios orientales que Rusia reclama y ha anexionado formalmente. Y la debilidad ucraniana reside en que en ellos abunda la población de origen, lengua y cultura rusas, que es muy mayoritaria en algunas zonas y colabora con sus soldados. Los rusos, por su parte, están deportando a Rusia a la población ucraniana de esos territorios. Después de algunos éxitos iniciales, los ucranianos están retrocediendo en todo ese frente. Necesitan urgentemente carros de combate de última generación como los Leopard, y sin esos carros no tienen ninguna posibilidad. Pero Alemania, que es el fabricante, y la mayoría de los países occidentales, España incluida, han empezado negándolos, y los han concedido con muchas reticencias por miedo a Putin.

Mientras tanto, faltaría más, se suceden las declaraciones retóricas y las proclamas vacías de contenido. Carretas de declaraciones y proclamas que no sirven para nada, que convierten a Ucrania en la nueva Checoslovaquia, y que tranquilizan nuestras conciencias mientras acogemos a otro pequeño grupo de mujeres y niños ucranianos.

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