después del paréntesis

La muerte de los niños

La historia de los hombres sanciona lo que somos, sujetos en porfía por el poder y sujetos alongados a la violencia. Así lo atestigua la mitología. Y ahí un ser conformado por la confusión. Era griego. Se llamó Atreo. Fue el padre de los adustos Agamenón (el rey de los reyes en palabras de Homero) y de Menelao, el singular marido de Helena antes de que Paris apareciera en Esparta y la guerra de Troya tuviera sustento. Mató a su hermanastro Crisipo por el deseo de ser rey de Olimpia. De ahí el exilio. En la rueda por el mundo arribó a Micenas. El rey Euristeo andaba en la guerra. Y como era fuerte y decidido se hizo con el reino. En perpetuidad, porque el rey dicho murió en combate. Venerar a Artemisa con la muerte del mejor recental. En la búsqueda, la maravilla: un cordero dorado. Robo a la diosa en pos de su esposa Aérope. Pero lo recibió su amante, el hermano de Atreo, Tiestes. Ese favor era divino, luego reclamar el trono. Ocurrió. Hasta que lo sobrenatural ocupó el cielo: el sol se movió hacia atrás por mandato de Zeus. Recuperación del poder y venganza por ser un marido burlado. La muerte de los hijos de Tiestes y lo que resultó: una de las aberraciones más memorables de los mortales: hizo cocinar la carne de los infantes y la dispuso en la mesa para el banquete. Para dar constancia de lo acaecido, reclamó en bandejas la cabeza, los pies y las manos de los chicos. El padre Triestes se convulsionó e hizo salir de su estómago los trozos de los hijos que había ingerido. Otra venganza se consumó: matar al malvado. El oráculo lo reveló, el incesto, tener Tiestes un hijo con su hermana: Egisto, el niño que su madre (por vergüenza) hizo criar por un pastor hasta que la verdad le fuera revelada. Acabó con su misión, mató a Atreo. Lo que programa la astucia de los hombres en creación desde los tiempos más remotos es la cadencia del orden connatural, la ética que debe acompañarnos. Un signo de lo que somos es que denunciamos a una especie decrépita. Así, padre de hijos paupérrimos, el Menelao burlado por Paris y Helena y el gran rey Agamenón, ese que fue ensartado a cuchilladas por su mujer Clitemnestra ayudada por su amante Egisto en el regreso de la devastada Troya. Y en ese punto, la astucia del drama que desorienta la tragedia de los dioses. Los perversos han de morir, como arguyó Hamlet. ¿Qué proclama la historia de los hombres?, ¿los extremos a invertir o la consignación del extravío? Eso somos, sujetos de luz y sujetos de pavorosas tinieblas.

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