Leí a alguien que se quejaba de que, en estos tiempos, el titular y la noticia de los periódicos digitales se daban de leches. Ejemplo: ahora se dice (se titula) que el Pentágono “no descarta” que los globos que Biden ordena derribar a cañonazos procedan de una civilización remota. No descartar no significa afirmar, sino barajar opciones, un suponer. Y todo porque un general USA ha sufrido un lapsus mentis -o eso parece- y ha dicho que el alto mando americano “no descarta” una invasión alienígena. Había que resucitar a Orson Welles y a su falsa transmisión de una invasión a la Tierra. O quizá recordar cuando Paco Padrón, a la sazón director de Radio Club, programó otra llegada de marcianos, que aterrizaron no me acuerdo si en San Andrés, con ruido ambiental incluido, un 28 de diciembre. Un globo meteorológico, o espía, vaya usted a saber, no tiene nada que ver, por sentido común, con otras civilizaciones. Es un globo mandarín, o quizá cantonés. Pero no parece marciano, aunque hoy en día, con estas redes tan imaginativas, nada sea verdad ni mentira. No descarto la posibilidad de civilizaciones en otros planetas -¿por qué íbamos a ser los únicos?-, pero la teoría del globo marciano no me la trago, a no ser que el general no citado y otros especialistas me pongan delante alguna prueba contundente. China, USA y Rusia llevan años espiándose mutuamente, utilizando de todo. Los americanos nos alertaron, en los setenta, sobre la inminencia de un proceso volcánico eruptivo -el Teneguía- porque habían colocado cientos de censores en aguas canarias para detectar la presencia de submarinos nucleares soviéticos. El P3 Orion USA que se estrelló en La Frontera (El Hierro) en plena guerra fría seguía a uno de ellos. Yo recogí del lugar algunos restos del avión.