viernes a la sombra

Complicada coyuntura

A medida que van apareciendo nuevas filtraciones, se acredita que cada vez es más complicado el ejercicio de la política. El daño que causan determinados comportamientos individuales, al margen de principios éticos y con margen abierto para cometer fechorías políticas hasta meterse en enfangados terrenos penalizables, el daño –decíamos- es de tal magnitud que es fácil contrastarlo con impresiones generalizadas, en conversaciones cotidianas y en redes sociales, de reproche a quienes se dedican a la política y se dejan tentar, da igual las artes que se empleen. ¿En cuántos sitios han dejado de leer o escuchar la expresión “son todos iguales”? Pues contra eso hay que luchar.

De lo contrario, digámoslo abiertamente, la democracia está en peligro. No solo es la pérdida de valores y de credibilidad de los propios sujetos activos sino el deterioro de las instituciones lo que merma los activos de un sistema que hoy en día sigue teniendo sus enemigos y sus amenazas latentes, como para que encima añadan más porquería al pote quienes se aprovechen por sus “habilidades” –y no queda más remedio que entrecomillar el término-, por sus contactos o conexiones, por su proceder innoble, malvado y perverso. Los sabe el socialismo, que ha de afrontar otro proceso que afecta a sus entretelas y cuyas repercusiones están por ver, dada la proximidad de las convocatorias electorales. Ya pagó en las urnas algunos desvíos, algunas actuaciones que abrieron crisis, acentuadas cuando venían acompañadas de penalizaciones judiciales.

Pero ahora está comprobando que ni siquiera las primeras medidas para paliar el impacto están siendo bien consideradas por la sociedad, no digamos por algunos medios de comunicación. Y eso que son acertadas (expulsión de la organización, extensión de apertura de expedientes informativos…), lo que podía esperarse, adoptadas, además, en un tiempo récord. Nadie podrá reprochar que los socialistas no hayan reaccionado sobre la marcha, pero, por las circunstancias que concurren, por la coyuntura, por el desapego galopante hacia la política, se ve que no es suficiente. Es difícil encontrar y aplicar otras determinaciones disciplinarias pero lo ocurrido pone de relieve, también una vez más, la necesidad de acertar con la idoneidad de quienes van a integrarse en las candidaturas electorales. Es decir, afinar al máximo en el período de selección con quienes van a pedir el respaldo y la confianza de la ciudadanía para luego, si salen elegidos, ostentar su representación. Y la de las siglas que abrazan. Ahí es donde la palabra, los métodos y las decisiones corresponden a los órganos de dirección. Todo eso hay que perfeccionarlo, de acuerdo, pero es indispensable para afianzar y proporcionar garantías a la democracia si es que queremos que funcione y madure con solvencia.

En esa democracia –donde hay que diferenciar las conductas individualizadas para evitar las generalizaciones injustas e inapropiadas y siempre respetando la presunción de inocencia- no caben la golfería, los vicios caprichosos y tóxicos, el individualismo exacerbado y la bizarría. Más formación, más ideología y menos pragmatismo operativo. No se pide filtros exigentes ni controles exagerados a la hora de confeccionar candidaturas. Tampoco, que nadie se mueva en la foto. Pero asegurar unos mínimos de decencia, sí. A este paso, los mediadores se van a forrar. Y la impunidad crecerá hasta que sea demasiado tarde. Los partidos sostienen la democracia, luego esto va directamente con ellos. Cuando los pilares son frágiles o tienen aluminosis, los riesgos de fractura son elevados. Y hay unos cuantos al acecho para aprovecharse.

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