por qué no me callo

El vals de Feijóo y Abascal

El ganador del 28M en España no ha sido solo el PP, o lo fue en combinación con Vox, ese “amor imposible”, que decía el recordado Antonio Gala que “hay en casi todas las vidas, o debe haberlo”. A la marea azul tenemos que añadir la marea rojigualda que se extendió por toda España subrepticiamente, en ocasiones bajo tierra, como ocurrió en Canarias, imperceptible para las encuestas hasta casi iniciarse el escrutinio que desangró a Ciudadanos, a Unidas sí Podemos y al Pacto de Progreso. Hoy es el Día de Canarias póstumo de ese pacto. El presidente Torres es el ganador destronado. Y no ha sido obra exclusiva de CC o de PP, sino, en la sombra, de Vox, sin cuyo concurso no habrían podido.


Este día viene impregnado de la resaca electoral, pero lo que tendrá más incidencia en el futuro inmediato es que un partido de ultraderecha, sin necesidad de hacer prácticamente campaña, se ha convertido en la llave de los gobiernos y ayuntamientos que estamos atribuyendo al PP en exclusiva, de modo injusto, siendo la victoria de Feijóo y Abascal al alimón. El día después, víspera de este Día de Canarias, Sánchez adelantó las elecciones generales al 23 de julio. Es la primera vez en España que las urnas servirán de plebiscito del suceso político más restallante de la democracia española: los pactos explícitos PP-Vox, que ya no se discuten, por más que a Feijóo le incomodaba mucho, cuando debutó al frente del PP, tener que digerir la conexión en Castilla y León, con Mañueco (PP) de presidente y García-Gallardo (Vox) de vicepresidente. Esta vez será inevitable, tras consumarse la alianza de la derecha y la ultraderecha para desalojar al PSOE, que el 23 de julio la gente vote pensando que lo hace a Sánchez con Yolanda Díaz o a Feijóo con Abascal, y que todos convengan que es razonable que, del mismo modo que la candidata de Sumar, el líder de Vox aspire con el mismo derecho a ser vicepresidente de España.


Como en las elecciones de Estados Unidos, el ticket será, por la izquierda, Sánchez-Díaz y, por la derecha, Feijóo-Abascal. Hay factores de nuevo cuño en esta tesitura electoral a caballo del 28M y el 23J. El PP ha superado sus previsiones (700.000 votos más que el PSOE), logra casi siete millones de sufragios (1,7 millones más que 2019) y el PSOE pierde medio millón de votos.


Pero el PP necesita a Vox para gobernar en la mayoría de los casos. Si traza una línea roja con la ultraderecha, se queda en la oposición. El PSOE ha sido, tanto en España como en Canarias, el partido que ha dirigido el Gobierno frente a una pandemia de magnitudes colosales y otros cataclismos (en La Palma un volcán, en Europa una guerra). Desde este lunes, un sector de los ciudadanos puede sentirse con razón arrepentido del severo castigo infligido a quienes le llevaron a buen puerto frente a todas las desgracias sufridas en estos cuatro años. A una parte de esos votantes críticos les hará, igualmente, poca gracia que su voto vaya a aupar, en virtud de los pactos, a una fuerza de ultraderecha.


No estaba en los planes, no era una decisión asumida a priori por parte de Génova. Se evitó mentar esa bicha. Y, por tanto, se hizo cuasi trampas a cierto electorado liberal poco nostálgico de Franco. En Italia, Meloni no ocultó quiénes serían sus compañeros de viaje y gobierna con ellos. Su electorado corre el riesgo de ser tachado de fascista, pero es el precio que paga para alcanzar el poder. Lo que no se dice en algunos territorios, como Canarias, es que de nada sirve vetar a Vox como socio y pactar, sin embargo, con quien sí está dispuesto a hacerlo.


A CC compete también desmontar esa farsa y aceptar a Vox en la ecuación o, de lo contrario, debería renunciar, en coherencia, a pactar con el PP. Este y no otro es el nuevo escenario de la política española desde el pasado domingo. Vox es ya una realidad política. Abascal confía en ser vicepresidente con Feijóo, y el 28M era su laboratorio de ensayo. Ahora, ya sin caretas, están claras las parejas de baile. Y el vals es el 23 de julio.


Lo que acaba de producirse es un nuevo paradigma. En la España democrática que ha ensayado las más diversas fórmulas y conjeturas de cohabitación política, permanecían algunas opciones inéditas, que ahora comienzan a despertar.


De Albert Rivera a Santiago Abascal se dibuja un trayecto sinuoso de lo que en política se denomina tercera vía. Con Ciudadanos estuvo a punto de fraguar. Era la muleta perfecta, tras un largo periodo de bipartidismo, para coaliciones de centroizquierda y centroderecha. Solo fracasó por un exceso de cálculo en las ambiciones de Rivera, que le llevaron a la dimisión y ahora a la práctica desaparición de una marca política que fue calificada de éxito.


El caso de Abascal compromete los límites de toda cohabitación democrática, lo que no sucedía con Rivera. A Feijóo lo enfrenta ante el espejo. A la democracia española la obliga a medir sus propios límites.

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