tribuna

Un Óscar seguro

Los tontos contemporáneos ya mandan en Hollywood y la inclusión va a ser la norma. Los Ángeles Times publicó, hace tiempo, los requisitos para conceder los Óscar a partir de 2024 y, tras leerlos, me creí que la pareja de Pablo Iglesias y toda la pandilla de la tarta se habían trasladado a Estados Unidos. El llamado Séptimo Arte deja de tener libertad y cualquier tonto contemporáneo que sea negro, indígena, gay, lesbiana, transexual, tenga alguna discapacidad física o cognoscitiva, ya tiene un papel o un puesto de trabajo en la producción, sea como director de la película, jefe de reparto o ayudante de iluminación.

Naturalmente, el argumento de la película también deberá tener en cuenta la inclusión. Si no lo hace, adiós al Óscar. Suerte tuvo Garci de que, cuando le dieron el premio a Volver a empezar, no estaban vigentes estas normas, porque en su película no sale un indio, ni un matrimonio homosexual, ni una madre lesbiana, ni un padre locaza, ni siquiera un enano. Pedro Almodóvar, en cambio, tiene un gran porvenir en Hollywood. Ahora bien, los Kevin Costner del futuro ya pueden empezar a romperse una pierna, o ser tartamudos de nacimiento, o ponerse o quitarse tetas, pero conservando el atributo de nacimiento para poder ser mujer u hombre trans en una pieza.

Ya no es un secreto cómo ganar el Óscar a la mejor película: la dueña gorda de un burdel -pero gorda de no caber en las puertas- tiene un gay de confianza que le proporciona pupilas negras, inmigrantes y sin papeles. Un día un paralítico de un brazo, que se cree heterosexual, acude como cliente, pero se enamora del gay.

Arrepentidos los dos, denuncian a la gorda, a través de un policía que tiene una hija disminuida psíquica. La policía registra el burdel, precisamente el día en que está allí como cliente el alcalde, que es rico y podrá ser judío, católico o protestante, pero nunca musulmán. Cierran el burde y el parálitico del brazo artificial y el gay son considerados unos ciudadanos ejemplares. Aprovechando esa oportunidad, se presentan a las elecciones municipales y las ganan.

La película termina con el matrimonio de la pareja, oficiando la ceremonia un parapléjico que desde la silla de ruedas pronuncia un discurso inclusivo, que hace llorar a los asistentes. Puede quedar una película de mierda, pero el Óscar lo tiene seguro.

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