La encuesta de Michavila le da a Feijóo más de 150 escaños, superando el vaticinio de Iván Redondo, que aseguraba que sacando más de 140 tendría asegurado el gobierno. Es indudable que se ha producido un crecimiento en las expectativas desde los sondeos anteriores al 28M, lo que quiere decir que las reacciones sobrevenidas después de la debacle (los intentos de renacer de Pedro Sánchez y la gloriosa aparición de Yolanda, a la que toda España parece estar esperando con ansiedad) han aumentado las distancias en lugar de reducirlas.
El principal argumento del presidente para convocar elecciones no era el de haber entendido el mensaje, ni siquiera el reconocimiento de una política errónea que había que rectificar; solo se trataba de detener una sangría que iría en aumento imparable si seguía hasta noviembre.
Según los institutos sociológicos, sobre todo del que no suele equivocarse, esto no se ha parado, sino que ha ido en aumento. Así seguirá siendo si no se cambia la estrategia. Ayer lo explicaba Juan Luis Cebrián en El País y lo insinuaba Iván Redondo desde su habitación de guerra, en La Vanguardia. Unos chistosos de la cadena SER decían que la única noticia buena para la izquierda había sido la muerte de Berlusconi, y ahí no solo estaban explicitando el mal momento por el que pasa el progresismo, sino que ponía de manifiesto ese carácter sectario que utiliza para descalificar a sus enemigos naturales, donde no se respeta ni el duelo. Ayer Zapatero no estuvo muy afortunado en su encuentro con Herrera en COPE. Se presentó insolente y prepotente, como nunca había visto a un expresidente del gobierno, mostrando el estado de descontrol propio de cuando las cosas no van bien. El problema de este socialismo es que insisten en golpear la misma piedra, sobre todo cuando la piedra no da más de sí. La noticia es exhumar a unos cuantos restos de Cuelgamuros, como si los ojos de este país estuvieran puestos en eso. Seguimos anclados en aquellos años donde descorchábamos clandestinamente botellas de cava para brindar por la muerte de Carrero Blanco.
Yolanda se ha convertido en el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. Siempre mirando el reloj y dando evasivas a quien le pregunta porque la está esperando la reina de corazones, que es para ella en lo que se ha convertido España. Así no vamos a ninguna parte poque los sondeos destilan un destino imparable a medida que pasa el tiempo. El reloj del conejo es lo único que no se para, y aunque en el cuento el tiempo y el espacio tienen un carácter de blandiblu, en la realidad actúan de manera implacable, como las sangrías en los cuerpos de los accidentados si no se les pone un torniquete. Nada de rectificar y aquí todos han decidido morir con las botas puestas, como en una película de Errol Flynn.
Mientras tanto, se dibuja un horizonte de esperanza en un futuro no tan lejano. ¿Hasta dónde seremos capaces de avanzar sin quemarnos? ¿Hasta cuándo vamos a dejar de amenazar con demoler la muralla de la transición que fue capaz de eliminar el odio, como si fuera una de esas presas vacías que ya no sirven más que para recordar tiempos obsoletos, según algunos? Hay una prensa que sigue deshojando la margarita mientras en el horizonte se barrunta la derrota definitiva. ¡Qué difícil es salir de un tiempo que luego no querremos recordar! Nunca resulta nada bueno de eso.
Por eso, no entiendo el regocijo de algunos, como no entiendo la alegría reflejada en el chiste a costa de la muerte de Berlusconi. Cuando se acaba una etapa lo correcto es ponernos a estudiar cómo gestionaremos la siguiente. Dejemos el champán y la fiesta para mejor ocasión.