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Ya no creo en nada

Ya no creo en nada. Después de escuchar a Rodrigo Rato y las traiciones a las que fue sometido por su propio partido; después de ver los tejemanejes para colocar en el sitio que ella quiere a la fiscal Dolores Delgado; después de contemplar las peripecias y las amistades peligrosas del juez Garzón; después de que muriera en prisión (silencio absoluto) el empresario tinerfeño Ignacio González, sin obtener caridad alguna, a su edad y en su estado; después de la indefensión del ciudadano corriente ante Hacienda, que siempre tiene razón; después de sufrir las agarradas de los políticos entre ellos; después de estudiar las leyes locas aprobadas por el Gobierno que se va; después de contemplar las actuaciones públicas de políticos y políticas, actuaciones sin sentido; después de todo eso, ¿cómo voy a creer en algo? Es más, pienso que si lo digo -como lo estoy diciendo- me puede ocurrir algo, porque las libertadas conquistadas en la bendita Transición se han ido al garete. Estamos más desamparados que nunca y un ciudadano no vale nada, ni su opinión tampoco. Esto se tiene que acabar, pero, por Dios, que no llegue otro Montoro, otro gremlin que arruine a los españoles, como los arruinó, u otro cobarde como Rajoy que evitó a los hombres de negro de Bruselas a costa de reducir el bolsillo de sus compatriotas a una simple bolsita de escasa capacidad porque lo demás había que entregárselo al sheriff, como en la Edad Media en los tiempos del rey Juan sin Tierra de Inglaterra. Miren, yo no sé cuál será la mejor opción, pero cuando llegan los aspirantes al poder se transforman, se envilecen, son incapaces de cumplir lo que prometen, se vuelven mentirosos y miserables. Unos y otros. Por eso ya no creo en nada, ni falta que me hace. Pero valdrá de poco que lo cuente yo aquí.

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