Vae victis. Ay de los vencidos. Especialmente cuando, paradoja de paradojas solo posible en este bendito país, han resultado vencedores. Hablo de Feijóo, el vencedor, vencido porque no podrá formar gobierno. Y de Pedro Sánchez, vencido, que ha logrado convencer a todos de que ha salido vencedor de las urnas el 23J y podrá formar gobierno, sin importar demasiado la catadura penal de los que lo apoyen. La locura patria se evidencia en esos intentos, ya perceptibles claramente, de matar políticamente al vencedor/vencido, es decir, Alberto Núñez Feijóo, a quienes deberían haber sido sus aliados -ahora es casi imposible-, los de Vox, le culpan de todos los males que les han ocurrido a ellos, los de Abascal, y al propio Feijóo. Y lo más curioso es que ya se escuchan, con sordina, voces en el propio Partido Popular que insisten en los garrafales errores del presidente popular en la campaña y susurran que ha de buscarse un sustituto, o, mejor, una sustituta. Lo de siempre, la segunda parte de la historia tristísima de Pablo Casado.
Cierto: Feijóo se equivocó no poco al dar datos que se veía que no tenía asimilados; se equivocó derogando el sanchismo antes de haberlo cazado; erró al nombrar ministros que para nada tenían el Ministerio seguro; se despistó no presentándose al debate a tres que debería haber sido, ahora te lo reconocen en Génova, a cuatro; se creyó las encuestas (y no fue, desde luego, el único; los medios de comunicación tenemos una autocrítica pendiente en este campo) y actuó en el sentido contrario al aconsejable, es decir, deslizándose sobre un tapete desdibujado. Y, sobre todo, dejó fluir la incertidumbre de sus pactos con un Vox al que ya se ha visto que todo el mundo teme. Ahora se abre paso la tesis de que, si el líder de la oposición hubiese sido más tajante sobre lo que serían sus relaciones con la derechísima, quizá sus resultados en votos hubiesen sido mucho mejores.
Todo eso es así, como lo es el hecho de que Santiago Abascal ha ayudado poco, con sus bravatas sobre lo que haría en Cataluña si gobernase. O con sus irreductibles elegidas para ocupar las presidencias de los parlamentos de Aragón o Valencia. Pero no menos cierto es que Feijóo, que lleva menos de año y medio en la presidencia del PP, a la que acudió creo que no con demasiadas ganas desde Santiago de Compostela, ha ganado 47 escaños y tres millones de votos, que se dice pronto, desde la última comparecencia electoral del PP. Y cierto es que se ha ganado al menos el respeto, ya que no el cariño, del ciudadano medio. Y también es verdad que ha procurado alejarse del escándalo político, si bien algunos de sus errores, que no creo que mentiras, han subido a los titulares.
Ahora es la hora en la que los analistas del humo, los mediocres que aplauden al vencedor y acuden siempre en su socorro, procurando aplastar al vencido, hablan de relevo en el despacho de la séptima planta en Génova. Algunos cartoonists se mofan del gallego y no falta ilustre escritor, ayer pelota a fondo, que hoy quiere encabezar el podium de los detractores. El cambio razonable y razonado siempre es bueno; la guillotina de generaciones de políticos, muy mala. El PP se iba recuperando de las heridas de la era Casado hasta que por el camino se le cruzó Vox y los brujos de los sondeos le hicieron creer que, juntos, tenían la victoria asegurada, un hecho que algunos medios y columnistas dieron entusiásticamente por seguro. Tratar de matar políticamente a Feijóo, cuando se carece incluso de un candidato sólido para reemplazarle -no, Isabel Díaz Ayuso no es lo mismo en Madrid que fuera de esta Comunidad-, sería la mayor insensatez que, a mi juicio, podría hacer ahora un PP desconcertado pero que, qué diablos, ha ganado las elecciones, aunque a estas alturas casi lo hayamos olvidado. Sánchez hizo mejor campaña, más técnica -un día contaremos cómo un software carísimo le hizo llegar a millones de personas potencialmente afines-, que un PP convencional y sin una comunicación demasiado brillante; pocas ideas.
No soy quién, ni me correspondería, para dar consejos a nadie, pero pienso que un cambio de rumbo y de palmeros, una mayor dosis de sonrisas no solo a los propios, salir un poco más de Galicia -donde entiendo que quiera permanecer lo más posible; yo también lo haría si pudiera-, estudiar no solo inglés y, sobre todo, unas inyecciones de confianza en sí mismo, vendrían muy bien al necesario fortalecimiento de la oposición al vencido que parece el vencedor. Madrid, centro de todas las tormentas, puede divertirse derrocando a figuras políticas. Pero matar al vencido, perdón, al vencedor, es pésima receta. Ir a la investidura con cambio de rumbo y viraje a estribor, que a babor hay mucho vocerío y la escollera, sería, quizá, una carta de navegación a considerar.