Qué le diría el rey a Pedro Sánchez, presidente en funciones, si ambos celebrasen el tradicional encuentro agosteño en Marivent? Como probablemente este año no tendrá lugar ese encuentro, sobran las especulaciones, pero de lo que no puede caber ninguna duda es del disgusto y la alarma en la Jefatura del Estado ante cómo se están poniendo las cosas en la política española. Que, poco a poco, se vaya normalizando la idea de que el fugado Carles Puigdemont pueda llegar a un acuerdo con el Gobierno de Sánchez para asegurarle la continuidad, resulta, en efecto, al menos chocante: el enemigo público número uno de España recibiendo obsequiosas llamadas de emisarios del Gobierno central para iniciar una negociación de apoyo de Junts a la investidura del actual inquilino de La Moncloa resulta un espectáculo al menos inimaginable hace una semana. En este contexto, las consultas que Felipe VI evacuará a finales de mes para proponer un candidato a la investidura se van a celebrar en un marco casi surrealista, muy poco conveniente para el papel equilibrador que discretamente viene desempeñando la Jefatura del Estado. La agostidad y alevosía con las que se van a desarrollar esos contactos ‘discretos’, o más bien opacos, entre las fuerzas políticas, en primer lugar para llegar a un acuerdo sobre la Mesa del Congreso y, en último término, a un pacto de investidura, facilitarán la falta de transparencia de unas negociaciones comprometedoras y comprometidas. Ya veremos si desde la propia Junts se rompe el pacto de silencio en torno a los contactos que necesariamente se van a propiciar desde el Gobierno (con Bolaños y María Jesús Montero) y desde la propia Sumar (se dijo que Jaume Asens había sido designado para hablar con Junts, pero no se ha confirmado oficialmente). El hecho de que las dos partes del Ejecutivo estén tendiendo lazos, cada uno por su cuenta, con Junts y también con Esquerra es ya un anticipo de cómo podría funcionar el nuevo Gobierno bicéfalo Sánchez, si es que llega a formarse. Y será un Gobierno que obviamente gustará poco en La Zarzuela, donde se mantiene la apariencia de normalidad y el calendario institucional que incluye la jura de la Constitución por la princesa de Asturias en octubre y ante las Cortes que se formalizan el próximo 17 de agosto.
Después, probablemente a finales de mes, Felipe VI inauguraría unas difíciles consultas para la investidura: lo lógico sería que, en primer lugar, encargase la tarea de intentar formar Gobierno al ganador de las elecciones, Alberto Núñez Feijóo. Que, también lógicamente, debería aceptar el encargo, aun a sabiendas de que, si nada imprevisto ocurre, no tendrá la mayoría suficiente para resultar investido. Máxime cuando las disputas con el que sería su único aliado, Vox, auguran una ruptura entre ambos que parece cada vez más inevitable. Así que, fracasado Feijóo, el Rey tendría que hacer el encargo a Sánchez, que para entonces, no menos lógicamente, ya tendría negociados los apoyos necesarios, Junts incluida. Lo que ocurre es que la lógica tiene poco que ver con la política española y muchas cosas pueden suceder a partir de que en las próximas horas el voto CERA -el del exterior- conceda previsiblemente un diputado más al PP. Insuficiente, claro, casi una gota de agua en el desierto, pero serían entonces quince los escaños de diferencia sobre el PSOE en la Cámara Baja a favor del PP, que ya tiene mayoría absoluta -con posibilidad de bloqueo de muchas cosas- en el Senado y que cuenta con un poder territorial muy superior al del PSOE.
Se delinea así un país difícil de gestionar, con un Gobierno que, si Sánchez logra formarlo, estaría influenciado por más de una docena de formaciones (incluyendo las que se integran en Sumar), varias de ellas partidarias de la ruptura del Estado y, desde luego, republicanas. Una perspectiva obviamente poco agradable para el Rey prudente Felipe VI, que se fotografía en un campeonato de vela en Mallorca mientras su padre, en Sanxenxo, hace lo mismo, tras llegar a España sin saludar a su hijo. Se comprende que el panorama de una España instalada en algo parecido a la provisionalidad y que se va acostumbrando a lo inédito que surge cada día preocupe al representante de una institución encargada de dar estabilidad al país. No, definitivamente este mes de agosto no será muy placentero para ese gran profesional de la Jefatura del Estado que es Felipe VI.