Los chistes viejos son buenos porque resisten. Son como los libros, siempre se pueden volver a leer y disfrutar con ellos. Hay uno que ahora se pone de actualidad. Dice: “en mi casa comemos a la carta”. “¿Cómo es eso?” “Sí, come el que saque la carta mayor”. En la España de hoy también formamos gobiernos a la carta. Es decir, siguiendo la técnica de “la mayor gana”, y además utilizamos las cartas (me refiero al género epistolar) para reunir esa mayoría que consiga que coma uno sólo.
“Estimado Pedro”, dice una de las que se han cruzado pidiendo una cita. La respuesta es: “Estimado Alberto, por ahora va a ser que no”. En este intercambio falta algo: “va a ser que no es no y qué parte del no no has entendido”. La excusa es que este es el tiempo de disfrutar de unas merecidas vacaciones en La Mareta, después de darnos tantos palos, pero esto no se lo cree nadie porque desde allí se están redactando misivas a Waterloo.
Querido Carles, pronto se acabará tu exilio. Te estamos esperando con los brazos abiertos”. A Carles le soplan al oído sus amigos de Barcelona: “Aprovecha, lo tienes a huevo. Pídele lo que quieras que no tendrá más remedio que dártelo. Aprende de Junqueras que ha empezado por las rodalias y no sabemos dónde acabará. Si no te das prisa, se lo habrá llevado todo”. Claro que estas cosas no se pueden decir por carta porque entonces te habrán pillado con el carrito del helado, y ya nadie se podrá tragar aquello que decía Maragall sobre la asimetría del federalismo y la geometría variable.
En esta ciencia siempre hay uno que sale perdiendo y no le llegará el AVE por mucho que se desgañite pidiéndolo. En España redactamos una Constitución para que, dentro de la igualdad, algunos se sintieran exclusivos. Todo se vino al suelo cuando alguien dijo que tenían que tomar el mismo café. A partir de ese momento comenzaron las incomodidades. “Eso no era lo prometido”, dijeron y empezaron a bucear en tácticas compensatorias que fueran capaces de establecer las diferencias sin que nos diéramos cuenta. Pero España no era solo Madrid, Barcelona y Bilbao. Había otros territorios a los que les afectaba ese principio de igualdad contemplado en el artículo 2 de la Constitución. Por esta cuestión andamos divididos y nos escribimos cartas cuando eso ya no lo usan ni los enamorados. Las últimas que leí fueron las que publicaron Michel Houellebecq y Bernard-Henri Levi en su libro Enemigos públicos. “Por la presente le comunico que el próximo viernes le espero en mi casa para tomar un níspero crudo”. “En respuesta a su amable invitación le contesto que de momento tengo otro compromiso y me es imposible asistir”.
Yo creo que sería mejor que escenificaran la escena del diván, con el lenguaje de los abanicos que tan bien sabían ejecutar los de Locomía. España se la juega a la carta mayor. ¿Hay quién dé más? El que saque primero el as de oros se llevará el gato al agua. Los demás se quedarán a media muela. El problema consiste en que los demás son más de la mitad. Menos mal que hay café para todos, pero sólo eso. El solomillo se lo comerán unos pocos, como siempre.