Núñez Feijóo perdió las elecciones generales en contra de todas las encuestas solventes, y cuanto antes lo reconozcan los populares, y dejen de enredar con lo de ser los más votados, será mejor para ellos y para nuestro sistema político. Sus últimos movimientos, como la carta a Pedro Sánchez solicitando una reunión, a la que el presidente en funciones contestó displicentemente desde sus vacaciones, remitiéndose a sus contactos con todos los partidos previos a su investidura, han sido simplemente patéticos. Y han perdido porque han perdido la posibilidad de pactar con las fuerzas nacionalistas de centro derecha, como el Partido Nacionalista Vasco o Coalición Canaria, desde la hegemonía en ese espacio político, y se han convertido en rehenes de Vox. ¿Cómo vas a pedir el voto en Cataluña en alianza con un partido que anuncia un nuevo 155 y reconoce que de gobernar ellos reprimirían lo que califican de revueltas callejeras independentistas? ¿Cómo vas a pedir el voto de los homosexuales mientras tus aliados los condenan y descalifican o el voto a las mujeres mientras ellos niegan la violencia de género, embarcados en una absurda polémica nominalista en un asunto tan sensible? Y todo eso sin contar los errores y disparates de una campaña electoral plagada de equivocaciones, como el renuncio de las pensiones o el no acudir al debate a cuatro en TVE para confrontar con Abascal.
No olvidemos que las únicas victorias populares en elecciones generales han sido posibles gracias a la hegemonía de Aznar en el centro derecha mientras hablaba catalán en la intimidad, o, en el caso de Rajoy, a la abstención de una mayoría de diputados socialistas, después represaliados por Sánchez. Porque la mala noticia es que Vox ha venido para quedarse, y, mientras los populares no se libren de su abrazo, ni siquiera Díaz Ayuso podría remontar a un Pedro Sánchez que, salvo error u omisión, será inquilino de La Moncloa durante los próximos años en compañía de Yolanda Díaz, su aventajada discípula, junto a vascos y catalanes. Lo único positivo será que, gracias al control del Senado y de una extensa red de Comunidades Autónomas y de Ayuntamientos, la futura travesía del desierto será más llevadera.
Núñez Feijóo insistirá en intentar la investidura por ser el candidato más votado, pero la última palabra la tendrá el Rey, que, después de su ronda de consultas con los representantes de los diferentes grupos parlamentarios, deberá valorar ese hecho para proponerlo frente a un Pedro Sánchez, que, a esas alturas, ya le podrá asegurar al Rey que cuenta con los apoyos necesarios. Un indicador que, sin duda, tendrá muy en cuenta el monarca será el resultado de las votaciones para elegir al presidente y al resto de la Mesa del Congreso de los Diputados (cuatro vicepresidentes y cuatro secretarios). Y recordará aquella situación políticamente embarazosa cuando, al acabar de despachar con Rajoy, lo propuso como candidato a la investidura y, sin solución de continuidad, el líder popular declinó el ofrecimiento por falta de apoyos. Se supone que el Rey interpretó el confuso artículo 99 de la Constitución en el sentido de que tenía que proponer a alguien y no podía declarar que, en ese momento, no estaba en condiciones de proponer a nadie. Ahora lo tiene más fácil: la clave está en la Mesa.