tribuna

Una gallega en los Países Bajos

Hablar con Junts no es lo mismo que hacerlo con Puigdemont, aunque muchos intenten equipararlo con una especie de Tarradellas en el exilio. Considerarlo en esa condición es legitimar de facto todo el procés, hacer que los autos del juez Llarena no sirvan para nada; es más, consistan en una atroz persecución que un sistema de derecho represivo emprendió contra la libertad de un ciudadano que defendía la de los suyos de la mejor forma que sabía. Esto es lo que ha hecho Yolanda Díaz en su visita protocolaria a Bruselas. Y digo protocolaria porque, quiera o no, es la vicepresidenta segunda de un Gobierno en funciones que no ha dejado en ningún momento de representar a todos los españoles. Yolanda se ha hecho una foto que ha dado la vuelta al mundo. Es verdad que no hay beso, pero esta excepción al compadreo habitual no hace más que añadir solemnidad al acto. Parece que no ha gustado a la otra parte del Ejecutivo, pero yo no creo que haya ido sin el conocimiento o consentimiento del presidente. Habría sido una traición en toda regla a una intimidad cómplice exhibida en un trato permanente de relajo excesivo. No me lo creo. Más bien entiendo que, a pesar de las declaraciones de inoportunidad que se hacen e la prensa amiga, Yolanda ha ido a representar el papel que a su jefe le estaba vedado, en un intento desesperado por desbloquear una negociación que se presenta difícil. Ir a hablar de Cataluña a Bruselas es internacionalizar una crisis democrática que solo corresponde a los españoles resolver dentro de España. De otra forma, se está reconociendo la existencia de un segundo Estado, pero no en la residencia más o menos clandestina de Waterloo, sino en la sede oficialísima del parlamento europeo. En este sentido, me parece que Puigdemont ha vuelto a ganar: ha conseguido la imagen que quería demostrando que hace con la gallega lo que quiere y cuando quiere. Esto es lo que ha convertido en ridículo y desacertado el viaje de la señora Díaz. Hoy hablará el expresident desde Europa y sabremos qué es lo que quiere. Esta será la contestación oficial a la negociación, a la escondida, de Yolanda. Me entristece que estas cosas ocurran en mi país, sobre todo cuando se dice que se hacen en nombre de la democracia. ¿De qué democracia se habla? Porque la democracia también son las formas, y lo que se ha querido representar con estos hechos es un reconocimiento a algo que no tiene cabida en un Estado que presuma de ello. Puigdemont ha dejado de ser un reclamado por la justicia para ser reconocido como representante de un país que exige su autodeterminación legítimamente. Puigdemont pretende ganarle la partida a sus colegas de ERC que fueron condenados e indultados, porque no pasará por ninguna de esas vejaciones si consigue, como dice, la amnistía como condición previa a cualquier negociación. Yolanda ha ido a Bruselas a reconocer todas estas cosas. Hoy El País publica un editorial sobre el asunto mientras La Vanguardia calla. No dice todo lo que tiene que decir porque no está el horno para bollos; pero yo, que nada tengo que ver con consignas y digo libremente lo que pienso, mientras me lo permitan, claro está, afirmo que el catalán ha conseguido lo que quería ante la gallega, que, a pesar de lo que decía Juan Quintás Seoane, en los años del primer Estatut, le sigue comprando los calcetines y las bragas a un fabricante de Tarrasa, a pesar de que la realidad impuesta por un tal Amancio Ortega sea bien distinta.

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