Desde su fundación como Estado en virtud de una resolución de la ONU en 1948, Israel ha sido condenado a defender su mera existencia en una serie interminable de guerras y enfrentamientos armados recurrentes, que nunca ha iniciado, pero en los cuales ha tenido que participar porque la alternativa ha sido siempre ser arrojados al mar. Los países árabes de su entorno y los propios palestinos vecinos suyos no han aceptado esa existencia, y le han declarado la guerra una y otra vez, al tiempo que fomentaban una actividad terrorista que se ha ido incrementando con el tiempo. De hecho, muchos Estados árabes, como Egipto, Jordania, Sudán o Marruecos, han terminado por reconocerlo, y hoy en día tiene que defenderse de dos poderosas organizaciones terroristas, Hamás y Hizbulá, llamado el Partido de Dios, que actúan como Estados y que proclaman su intensión de exterminar a los israelíes como su única razón de ser, es decir, de continuar la tarea que los nazis iniciaron en la Segunda Guerra Mundial.
Los israelíes nunca han iniciado las hostilidades; siempre, como ha ocurrido en esta ocasión, han sido empujados a una guerra en la que han tenido que participar para defenderse, para no ser borrados del mapa literalmente. En otras palabras, han sido siempre los agredidos. Sin embargo, al final han terminado siendo considerados los agresores, como está ocurriendo ahora, por una opinión pública y unos medios no siempre de izquierda radical o de orientación antisemita. La imagen de los niños masacrados en los kibutz del norte de Gaza ha sido sustituida por la imagen de los niños masacrados por las bombas israelíes, porque, para desgracia de Israel, para ganar una guerra hay que utilizar la violencia, a veces indiscriminada, por mucho que desde lejanos despachos pontifiquen los políticos con los argumentarios al uso.
Lamentablemente, los bombardeos aliados no podían distinguir entre los nazis y la población alemana. Ahora, por ejemplo, proliferan las manifestaciones en favor de los palestinos, y de los israelíes rehenes y secuestrados por Hamás solo se acuerdan sus allegados. Los terroristas se refugian y actúan en hospitales, escuelas, mezquitas y demás infraestructuras sensibles, para obligar a Israel a atacarlas; o simplemente las atacan ellos mismos. El penúltimo ejemplo ha sido el hospital alcanzado por una bomba lanzada desde el interior de la Franja. Al margen de las pruebas técnicas ofrecidas por Israel, hay tres razones que fundamentan su autoría: lo sucedido ha perjudicado gravemente la imagen de Israel; ha unido a los musulmanes de todo el mundo en su rechazo a Israel y les ha proporcionado argumentos; y ha sido tan oportuno que ha obligado a anular la reunión prevista entre Biden, el presidente egipcio y el rey de Jordania.
Si Israel entra en Gaza, el problema será cómo salir. Porque, al tiempo de su salida, en toda Gaza se reproducirá Hamás a partir de miles de palestinos dispuestos a la tarea. Y Egipto y Jordania ya han dejado claro que no los quieren en su territorio, por algo será. Mientras tanto, desde lejanos despachos los políticos seguirán proponiendo falacias inviables como el reconocimiento de dos Estados. Y los israelíes seguirán siendo considerados los agresores por una opinión pública y unos medios no siempre de izquierda radical o de orientación antisemita.