La lógica de Israel es la de los tiempos en blanco y negro, los tiempos en los que el blanco era blanco y el negro era negro, en los que la política era real y realista, y, como decía Clausewitz, la guerra era la continuación de la política por otros medios, un medio lamentable y cruel pero necesario. Las políticas de apaciguamiento y buena voluntad tenían límites precisos, y las tropelías solían ser castigadas. Los tiempos actuales son muy diferentes; hemos abandonado el blanco y el negro de la realidad, y Europa es un país multicolor en donde se condena el terrorismo árabe, por supuesto, pero en donde inmediatamente después se advierte a Israel que debe cumplir con todas las reglas que conculcan sus enemigos, y que su derecho a la legítima defensa y a la protección de sus ciudadanos tiene muchos límites; unos límites que suelen derivar en una equidistancia definida arbitrariamente en nombre de una izquierda que se prostituye y traiciona la democracia.
En todas las capitales occidentales -y españolas- las manifestaciones a favor de los palestinos -y en contra de Israel- son muy superiores en número, y lo peor para los intereses israelíes es que esa tendencia también se da en el interior de Israel disfrazada de crítica a Benjamín Netanyahu. El problema es que no hay una sociedad civil palestina al margen de -y diferente a- las organizaciones terroristas de Hamás en el sur y Hizbulá en el norte. Y no la hay por dos fundamentales razones. Primero, porque todo aquel palestino que se atreve a criticarlas o simplemente a no colaborar con ellas es salvajemente represaliado como traidor y agente de Israel, según las normas de una dictadura brutal que los terroristas ejercen sobre toda su población. Y, en segundo lugar, porque la numerosísima población juvenil -e infantil- palestina ha sido educada en el odio a Israel y en el objetivo sagrado de arrojar al mar a los israelíes y exterminar a los judíos. La falacia de los dos Estados es inviable porque ni Hamás ni Hizbulá aceptarán nunca la existencia del Estado de Israel, aunque es la falacia que sirve de coartada bienpensante a la ONU -cada vez más inútil- y a todos los demócratas y democracias occidentales.
La resolución de la ONU que creaba el Estado de Israel y determinaba el futuro de Palestina cuando concluyera el mandato británico ya contenía esa división en dos Estados, que los árabes palestinos nunca aceptaron. Por eso, cuando Ben Gurión proclamó la independencia de Israel el 15 de mayo de 1948, en cumplimiento de la resolución de la ONU y de acuerdo con la autoridad británica, los ejércitos de todos los países árabes vecinos atacaron al nuevo Estado, en la primera de las guerras y enfrentamientos armados que han tenido que librar los israelís para ganarse el derecho a existir, siempre a iniciativa y tras una agresión árabe. Y en cada una de esas guerras, incluyendo la actual, Israel se ha jugado su existencia y los israelís su futuro.
En una cruel paradoja, el ataque de Hamás se inició contra un festival por la paz que cientos de jóvenes celebraban muy cerca de la frontera norte de Gaza, y que fueron masacrados, torturados salvajemente o violados por una horda terrorista de bestias salvajes que cubrió su incauta paz multicolor con el negro de sus cadáveres.