Se cumple esta semana, probablemente en el peor momento de su historia, el noveno aniversario de la asamblea fundacional de Podemos (Vistalegre1). El partido, ahora dirigido por Ione Belarra, transita por la senda de la poquedad política en el espacio situado a la izquierda del PSOE. Por distintos motivos, los protagonistas de la foto de 2014, los ponentes de aquel congreso, Iñigo Errejón y los profesores Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias, Carolina Bescansa y Luis Alegre se han bajado del barco que fue botado, no sin arrogancia, al calor de las movilizaciones del movimiento 15 de mayo surgido por la situación creada por la crisis de 2008.
Los fundadores acertaron en la elección del momento para salir a escena, articularon después una propuesta de “amplio espectro” sustentada en los documentos aprobados en la asamblea de 2014 (defensa de la educación pública, derecho a la salud, denuncia de la corrupción, derecho a la vivienda y reestructuración de la deuda exterior) y se envolvieron en un ropaje filantrópico, “somos una herramienta al servicio de la ciudadanía” con cierto aire populista “que tiene el objetivo del protagonismo popular y de recuperar el déficit democrático”.
En volandas por la resonancia en los medios y en las redes sociales y con el refrendo de los sondeos de opinión, en las elecciones generales de 2015 se lanzaron a consumar el “asalto a los cielos” que anunciaba Pablo Iglesias. Obtuvieron 69 diputados, tan solo 11 menos que el PSOE. Pronto, pensaron, serían la fuerza hegemónica en la izquierda. Pero, lejos de su ensoñación gramciana, en las elecciones de abril de 2019 Podemos no solo no sorpasso (adelantó) al PSOE, sino que perdió un tercio de los diputados. Retrocedió aún más en las elecciones de noviembre de ese mismo año, cuando obtuvo 35 escaños, la mitad que en 2015. El bajón no impidió que enseguida Pedro Sánchez y Pablo Iglesias acordaran formar un gobierno de coalición. A Iglesias lo iluminó Sun Tzu (“si no puedes con tu enemigo, únete a él”) y Sánchez, que había dicho que no podría dormir con Podemos en el Gobierno, cayó en la cuenta de que era la opción para seguir en la Moncloa.
El declive de Podemos había empezado antes. Monedero, Bescansa, Luis Alegre… y, en enero 2019, Errejón hizo público que se presentaría a las elecciones con la divisa y la marca de Manuela Carmena, Más Madrid. De la histórica foto de 2014 solo quedaba Pablo Iglesias, aunque tampoco por mucho tiempo porque para opacar la crisis interna y recuperar el protagonismo perdido, decidió ser cabeza de lista en las elecciones a la Comunidad de Madrid para redimir a los madrileños de las garras de la derecha. De poco le sirvieron su teatralidad, la retórica radical y enarbolar la bandera del antifascismo frente a la candidata del PP. Sufrió tal revolcón en las urnas que decidió abandonar la política activa, lo que provocó una verdadera implosión y la consiguiente brusca disminución del tamaño de Podemos.
Iglesias, pese a todo, pretendió mandar en la sombra y que su sucesora, a la que él había aupado, tocase la partitura que él escribía, pero los “dedazos” muchas veces son de una insoportable ingratitud. Yolanda Díaz, nacida para sonreír e ir por libre, pronto soltó amarras y puso tierra de por medio con Podemos o, mejor dicho, regó con mimo otros predios para que en poco tiempo igualasen los centenos de Podemos en la finca de Sumar.
Y en esto… llegó Belarra. En vez de entonar con realismo el tango “cuesta abajo…”, recuperó la salmodia de llevar a Podemos a un lugar hegemónico en la izquierda, porque no se conforma con ser minoría en el Gobierno. Debe esperar, supongo, otro milagro de Santa Claus como el del desfile navideño de Nueva York en la película De ilusión también se vive.
Podemos fue un artefacto creado en el ámbito universitario con la técnica y artes de las ciencias sociales, que se ha convertido en un fenómeno político y social que se estudiará en las aulas de Sociología como un curioso caso de éxito que, sin solución de continuidad, cayó del cielo a los infiernos. En muy poco tiempo alcanzó el primer puesto en intención directa de voto, por delante del PSOE y del PP y, sorprendentemente, a partir de ese momento inició una caída sistemática que no ha cesado desde entonces. Los cielos tendrán que esperar. No sé si la bóveda celeste podrá aguantar sin ellos.